Friday, July 1, 2016

XXVI - El Dominico Amoroso

Ciudad de Méjico-Tenochtitlan – 1683

Sor Juana había entregado fielmente a un enviado del Osito la pócima que haría aparentar la muerte en el moro. De ahí que la musa pensaba que en cualquier momento se le presentaría el moro o que tal vez le avisarían que había sido rescatado a tiempo. Más al atardecer otro recado le fue entregado. Sor Juana se encerró en su claustro bajo llave y abrió el sobre. El escrito estaba en griego, en la misma letra infantil que ella reconoció como viniendo del Osito.

“Sor Juana, ha habido complicaciones. Me ordenaron partir con la expedición que ira a lo alto del Tlaloc. El ejército siempre necesita unos torturadores para interrogar prisioneros. No he tenido tiempo de avisar a la hermandad. La expedición la encabeza don Anselmo Bustos y lleva como 400 hombres del tercio de la Nueva España.”

La monja juro en voz queda y siguió leyendo.

“Apenas tuve tiempo de darle la pócima al moro. Mañana al mediodía será llevado a la plaza mayor vistiendo sambenito para que lo hagan chicharrón. Le dije al moro que se tome la pócima esta noche y al amanecer parecerá muerto.”

Sor Juana sacudió la cabeza.

--¡Santo Dios! No tengo idea de cuál es el momento óptimo de tomar esa pócima. Si lo toma a la medianoche a la mejor para el amanecer ya estará resucitado.

La monja siguió leyendo.

“Os sugiero que os presentéis muy de mañana en al arzobispado. Llevad plata. Bien decía San Agustín que ‘per aurea canis oscila’, es decir, con dinero baila el perro. Buscad a un tal Tovar. Ese es el chango que manda ahí. El gachupin que es su jefe, Camacho, nomás esta de adorno. Si sobornáis a Tovar, este se dejara convencer que deseáis visitar a vuestro ‘primo’, Pedro de Santa Cruz. Dios mediante este aparecerá estar muerto para cuando lo busqueis. Entonces insistid que se os entreguen el cadáver para darle cristiana sepultura. Repito, estad dispuesta a soltar plata, es el arzobispado y esa institución es notoriamente venal. Tengo todavía los cien duros que mandasteis y os los devolvere si regreso con vida de la montaña.

El Osito”

Sor Juana se persigno y se resignó a que no podría ayudar al moro. Más como sucede entonces en estas historias tan predecibles se oyo entonces que tocaban en la puerta.

--Sor Juana, os buscan –anuncio Sor María.

Sor Juana abrió la puerta de su claustro.

--Pero ya va a empezar el rosario –objeto Sor Juana.

--Es la moza esa con quien vos estabais –dijo ruborizándose Sor María--. La que se llama Amaranta.

Los ojos de Sor Juana brillaron y no pudo evitarlo.

--Sor María, podríais decirle a la madre superiora…

--Usted no se preocupe, maestra. Yo le daré un cuento chino a la madre superiora. Apúrele, la moza está en la sala de visitas y se ve muy nerviosa.

Las dos mujeres se confrontaron. Ambas a duras penas podían evitar la tentación de abrazarse y besarse.

--Sabed que mucho siento y es francamente de rigor que lo que os adeudo en amor me lo paguéis con aborrecimiento.

--Deteneos, que me voy a derretir –la interrumpió Amaranta--. De algo importante os debo advertir.

--¿Qué es más importante que mi sufrir? Hablad y quedemos bien. De mí no encontrareis desdén. Aun si rechazándome me volvéis a herir.

--¡Perese por favor, carajo! Y dejad de hablarme bonito. Os amo, si, lo admito. Pero le traigo un tremendo relajo.

Sor Juana no pudo evitar reírse. Luego llevo de la mano a la moza a su laboratorio y busco entre sus anaqueles. La monja saco una botella y sirvió dos vasos.

--Si tenéis algo que decirme, Amaranta, desembuchad.

La moza tomo un sorbo.

--¿Mezcal?

--Del bueno. Me temo que “don Filoteo” es medio borracho y ya le agarro gusto al alcohol.

La moza se tomó otro sorbo.

--Sor Juana, vide a Aramis.

--¿El francés?

--En persona. El desgraciado estaba en mi taberna hablando con un viejo güero y grandote y muy borracho. Se llama el conde de Van Guld. Alcance a oír que le echo pestes al virrey. Perico ya lo iba a sacar cuando Aramis se presentó. Le soltaron plata a Perico para que no los estuviera jodiendo. A Van Guld Aramis le calló el pico y Perico le bajo el pedo con un plato de chilaquiles muy chilosos. Luego los dos cabrones estuvieron hablándose quedito por un tiempo. Algo malo se traen esos dos desgraciados.

--Me imagino que ya no están ahí.

--Pues no. Los dos cabrones se fueron ayudándose a estar verticales pues estaban rete borrachos cuando salieron de mi antro. Pero conociendo a Aramis, más le vale a la chota que no los hayan querido golpear y entambar como a cualquier par de borrachitos pues habrían varios difuntitos y no estaría entre ellos el francés. Mande a Eusebio, uno de los mozos de la taberna, a que los siguiera como quien no quiere la cosa.

--¿Ha regresado el tal Eusebio?

--Todavía no. Ojala que Aramis no haya descubierto que Eusebio los seguía pues le ensartaría la toledana en el buche como me hizo a mí el desgraciado. Pobre chamaco apenas empezó a trabajar para mí el mes pasado. Viene de Chalco también y su madre me recomendó lo cuidara.

--¿Es ligero de pies el tal Eusebio?

--A trote de indio, sí.

--Entonces, no os preocupéis, Amaranta. Si Aramis estaba tan borracho al irse dudo que podrá herirlo.

--¿Entonces, que debo hacer?

--Yo rezare al Santísimo para que Eusebio este a salvo. Lo único que se puede hacer es esperar a que se vuelva a presentar Eusebio.

--No, Sor Juana, ni intente rezar. Oste ya se condenó cuando la bruja le pidió sangre para que la Mictlacihuatl no me chupara.

--Con gusto lo haría otra vez. Pero tenéis razón. Le encenderé una veladora a la Lupe, a ver si protege a Eusebio de la Mictlacihuatl. Escuchad, Amaranta, necesito que me reemplacéis.

--¿Pa cuándo?

--Venid…a la medianoche. Don Filoteo saldrá muy de madrugada. Podemos estar unas horas juntas –dijo ruborizándose Sor Juana.

Amaranta no pudo evitar robarle un beso a Sor Juana.

Como a las cuatro de la madrugada Don Filoteo emergió del convento. Había un viento frio que lo hizo titiritar y envolverse en su capa. Un tiempo después toco en el arzobispado.

--¿Qué diablos queréis a esta hora? –pregunto el conserje.

--Debo hablar con el señor Tovar. Es urgente.

--El cabrón no llega sino en una hora.

--¡Diablos! ¿Cómo lo reconoceré?

--Viste de dominico. Es muy prieto y mal encarado.

Sor Juana espero. Eventualmente un carruaje con mozos de librea se detuvo ante el arzobispado. Primero se bajó un español, vestido de dominico, que Sor Juana intuyo era Camacho. Del mismo carruaje se bajó un fulano aindiado, muy prieto, y mal encarado que vestia igual de dominico. Ese, pensó la monja, seguro es Tovar. Sor Juana no pudo evitar ver como las manos de Camacho brevemente y como por accidente tocaron las nalgas de Tovar.

--Bien, no soy yo nadie para juzgar –sentencio Sor Juana.

Acto seguido observo como los mozos del arzobispado les hacían sendas caravanas a los recién llegados. Sor Juana se metió tras de ellos.

--Su señoría –dijo Sor Juana atrayendo la atención de Tovar--, permitidme hablar con vos en privado. Es materia urgente.

Tovar observo a un fulano muy guapo y bastante afeminado. Le hizo una señal a Camacho que pronto lo buscaría. Camacho también observo a Sor Juana y esta creyó adivinar algo de celos en el mirar.

--¿Con quién tengo el placer? –pregunto empalagosamente Tovar.

--Por favor, su señoría, hablemos en privado.

Tovar le indico que don Filoteo la siguiera y entraron a un despacho.

--Bien, guapo, ¿en qué os puedo servir?

--Soy don Filoteo de la Cruz, cristiano viejo, y he estado al servicio del rey vaciando su real bacinica. Es todo un honor que solo se puede otorgar a un personaje de mi linaje.

--Me imagino que sí. Su servidor es demasiado humilde para aspirar a acarrear los meados del rey. Me imagino que a veces hay salpicaduras.

--Es parte de los honores del puesto.

--Bien, sois obviamente una persona de calidad ademas de ser guapisimo. Continuad. Os escucho.

--Recién llegue a la Nueva España. Después de ser recibido por el virrey y presentarle mis cartas credenciales indague acerca de mi primo, don Pedro de Santa Cruz.

A estas alturas Tovar observaba a don Filoteo fascinado con la belleza del mozo y con ojos de borrego a medio morir más se enderezo al oír el nombre del moro.

--Válgame Dios, reconozco el nombre.

--Don Pedro se dirigía a Michoacán pues el rey le había otorgado una encomienda con cien mil indios. Más tal parece que se vio en medio de una batalla entre el ejército virreinal y unos indios rebeldes.

--¡Santo Dios! ¡Se ha cometido tremenda barbaridad entonces! Sabed, mi señor don Filoteo, que no soy yo el responsable. Ya veis como son los del ejército, todos salvajes, rompen testas y arrestan y luego viriguan.

--Se me ha dicho que mi primo está encarcelado aquí.

Tovar busco con afán entre los papeles en el escritorio.

--Si, aquí debe estar el acta de la causa. Espéreme tantito vuecencia. Ah sí, aquí esta. Pedro de Santa Cruz. Se le acusa de necromancia, rebeldía a la corona, de tener pacto con el diablo, de pirata, de estar al servicio de los herejes de Flandes, etc., etc. Lo de rigor, vuecencia entenderá. Normalmente estos trotes tardan meses pero su excelencia el arzobispo nos urgió que se finiquitaran los casos lo más pronto posible. Al mediodía Pedro de Santa Cruz va a acabar en chicharrón. Claro, por supuesto, se le permitirá confesar sus pecados previamente.

--¡Con un carajo, creo que no me comprendéis! –juro don Filoteo poniendo su mano en su toledana.

--Serénate guapo –le urgió Tovar--. Os veis rete chulo cuando os enojáis, ¿sabíais? Digo, siempre hay algo que se puede arreglar en estos casos.

--¿De a cómo? –pregunto con desdén don Filoteo.

--Para ti, nada, guapo. Tan solo dadme un beso.

Don Filoteo palideció pero dejo que Tovar se le aproximara.

--¡Estáis rete buenote, vive Dios! –dijo Tovar dándole un beso con mucha lengua y saliva a don Filoteo.

Las manos de Tovar se dirigían a la entrepierna de don Filoteo pero este sabía que el dominico no encontraría ahí lo que buscaba. Así que don Filoteo se separó violentamente de Tovar plantándole en la jeta al dominico senda cachetada. Luego, con una habilidad que ni él esperaba, don Filoteo saco su toledana y puso la punta en el pescuezo de Tovar.

--¡Por Dios, guapo, no hagáis una barbaridad! –le imploro Tovar que sentía la punta de la toledana tratando de penetrar su pellejo.

--Tratare de olvidar lo sucedido –dijo don Filoteo que estaba a punto de vomitar.

--Ah, ¿sois primerizo acaso? Con mucho gusto os enseñare lo que hay que saber. Se reputa que soy muy gentil. Y no calzo zapato grande. Más bien regular. No pude evitar mi curiosidad por saber que armas portáis. Sois muy alto después de todo.

--¡Basta! Ya habéis tenido vuestro beso. Tened esta bolsa, carajos, para que no me vengáis luego con qué queréis más de mí. Liberad a mi primo y traédmelo.

Tovar sopeso la bolsa.

--Bien, Apolo, hermoso, no seáis tan cruel conmigo. No puede evitar lo que hice. Esperad aquí e iré a traer a vuestro primo.

--¿Y el expediente de mi primo?

--¿Cuál expediente? –pregunto Tovar rompiendo este.

Sor Juana quedo a solas en el despacho. Busco con desesperación algo con que lavarse la boca. Encontró un vaso donde agonizaba una flor e hizo un buche con el agua y lo escupió.

--¡Maldito viejo cochino!

Después de un tiempo Tovar se presentó todo pálido y temblando.

--¡Su señoría! ¡Sed misericordioso! –exclamo Tovar arrodillándose frente a don Filoteo y ensalivándole la mano con besos.

--¿Dónde está mi primo? –demando don Filoteo.

--¿Qué diablos pasa aquí? –juro Camacho entrando y viendo a Tovar arrodillado ante don Filoteo.

Camacho tenía la nariz muy roja. Aparentemente, aunque era muy de mañana, ya había empezado a tomar.

--Patrón, le puedo explicar.

--¿Así me pagáis mis favores? –rugió Camacho--. ¿Llega un mozo guapísimo y luego luego os olvidáis de mí?

--¡A mí no me metan en vuestros líos! –exclamo con enojo don Filoteo.

--¡Vive Dios que os veis muy guapo cuando estáis enojado! --exclamo Camacho.

--Es primerizo, patrón. Y hay que irse con tiento pues es de armas tomar –advirtió Tovar.

Para esto don Filoteo había vuelto a desenvainar su toledana. Definitivamente no iba a dejar que el viejo panzón de Camacho lo besara.

--Sea –dijo Camacho--. Escuchad, Tovar, a vos os encargo que nos visite en la nochecita, ¿entendéis? Así de grandote creo que tiene para satisfacer a ambas.

--Despreocúpese patrón. Yo lo convenzo aunque ya vide que es rejego.

Camacho salió del despacho. Don Filoteo, todavía con su espada desenvainada, encaro a Tovar.

--Os vuelvo a preguntar: ¿Qué de mi primo? ¿Dónde está?

--Guapo, siento deciros que vuestro primo amaneció muerto. Seguro que el santísimo quería a su lado a tan fina persona.

--¡Puta madre! –juro don Filoteo aunque con algo de alivio--. Dadme su cadáver y le daré cristiana sepultura.

--Solo si me prometéis visitarnos esta noche. ¿Dónde os hospedáis?

Por un momento Sor Juana no supo que decir más de pronto recordó algo que había observado durante su visita al Arco de Neptuno.

--Estoy…en la posada del Oso. ¿Sabéis dónde está?

--¡Por supuesto! Esta frente a la cantina del Arco de Neptuno. Es un alojamiento de categoría, digno de un caballero de vuestro linaje, aunque el barrio es peligroso. Os matan por ahí por un cobre.

--Yo me se cuidar. Y bien, ¿me daréis el cadáver de mi primo?

--¿Nos visitareis esta noche?

Don Filoteo sonrió con lascivia.

--Creo que no me puedo aguantar las ganas. Sería un gran placer que vos y vuestro patrón me hagáis sentir mujer.

--Ya te dije que soy rete gentil, guapo. Mandare un carruaje esta noche a la posada del Oso. Os trataremos como a una reina. Te dolerá tantito, sí, pero eso es parte de la diversión. Ya luego ni sientes.

--No puedo aguantar el paso del tiempo. Pero, carajos, ¿Qué de mi primo?

--Mandare que unos mozos pongan su cadáver en una carreta. ¿Queréis que lo petatiemos?

Don Filoteo pensó rápido y decidió mantener las apariencias.

--¡Hostia! ¡Que acabo de bajarme del buque! ¿Qué diablos es eso de petatiar?

--Que lo envolvamos en un petate. Es un tapete burdo con que entierran a los indios.

Seguramente, concluyo don Filoteo, se podría asfixiar el moro si lo envolvían en un petate.

--No, eso sería un insulto a su estirpe. Apresuraos. Quiero ver a mi primo aun muerto.

--Esperad aquí unos minutos más y daré las órdenes del caso. Y acordaos: ¡esta noche! –dijo Tovar soplándole un beso y saliendo.

Al poco tiempo Tovar hizo llamar a don Filoteo a la entrada del arzobispado. El moro estaba aparentemente muerto en una carreta.

--Os advierto, querido, que vuestro primo murió de tifo –apunto Tovar--. Más vale que lo hagáis cremar. No sea la de malas.

Sor Juana examino al moro. Luego, para su horror, noto que los ojos se le movían bajo los parpados. ¡Estaba a punto de revivir! Don Filoteo le dio un tremendo puñetazo y el moro quedo exánime otra vez.

--¿Por qué lo golpeasteis mi amor? –pregunto Tovar desconcertado.

--Cuando éramos niños se burlaba de mí el desgraciado. Vos entenderéis por qué.

--Ah, me imagino –respondio Tovar y acto seguido encaro a los mozos que acompañaban a la carreta--. A ver, ustedes, seguid al caballero. ¡Y mostradle respeto en todo momento, cabrones!

Don Filoteo se encamino entonces rumbo al convento. Volteo antes y le dio un guiño y le sonrió a Tovar, el cual se derritió.

Con la complicidad de Sor María, don Filoteo no tuvo problema en meter “el cadáver” al laboratorio. Si le preguntaban diría que era un indigente que había sido encontrado en la calle y que serviría para abrirle el buche y darles clases de anatomía a las novicias.

Don Filoteo hizo llamar a Amaranta, la cual se presentó eructando y sonriendo pues el desayuno de las jeronimas, prolongado y delicioso, la había llenado de contento. Las dos mujeres rápidamente se cambiaron de ropa. Amaranta vistió su traje de siempre y Sor Juana se puso su habito de las jerónimas.

--¿Tuvisteis problemas? --le pregunto Sor Juana.

--No, pero la madre superiora me hizo una pregunta sobre algo que ella llama teología.

--¡Dios santo! ¿Y qué le contestasteis?

--Pos le dije que era un “misterio”. El cura don Canuto allá en Chalco nunca nos daba razón de lo que le preguntábamos de las cosas de Dios. Contestaba siempre que todo era un “misterio”. En fin, ella no me discutió y hasta alabo mi sabiduría, ¿Oste cree? Oye, ¿así que este es el moro? ¿Tuvisteis bronca para sacarlo?

--¡No os podéis imaginar! Prometí que don Filoteo seria iniciado en el vicio griego esta noche. Me harían sentirme mujer dijeron.

--¡Jijos! No sabía que don Filoteo cojeaba de eso.

--Yo tampoco. Me imagino que quienes lo ven creen que es un afeminado. Ni modo. Son puros viejos cochinos y jariosos en el arzobispado. Oye, ¿creeis que soy grandota?

--Pos algo caballona, si, no se ofenda. Yo sali chaparra. Pal caso, ¿este infeliz está vivo?

--Tal espero. Le daré a oler sales.

El moro revivió.

--¿Dónde estoy?

--Estáis en las jerónimas –explico Sor Juana--. Recitadme los diez primeros números.

El moro tal hizo, con voz estropajosa.

--¿Por qué me hicisteis hacer eso?

--Quería saber si no os había dejado idiota. ¿Sabéis vuestro nombre?

--Si, Rodrigo Díaz del Vivar, por supuesto, y soy el heredero al trono de Trapisonda.

Sor Juana sonrió reconociendo el nombre del Cid.

--¿Pos no que era Pedro de Santa Cruz? –pregunto Amaranta.

--Si lo es. El fulano está bromeando...eso espero.

El moro vio con asombro la similitud entre las dos mujeres.

--Sor Juana, ¿es ella vuestra hermana?

--Luego, don Pedro. Primero dejadme que os entere lo que tengo entendido ha pasado.

Asi fue como Sor Juana puso al moro al tanto de la muerte del rey coyote y de como el virrey había mandado una expedición al Tlaloc. Luego menciono como Aramis había tratado de asesinarla.

--Aramis anda suelto todavía –anuncio Amaranta.

--¿Dónde diablos? ¡El desgraciado se robó el Caracol durante la batalla en el Santo Oficio!

--¡Válgame Dios! –exclamo Sor Juana--. Ahora lo entiendo todo. Aramis dijo que servía al papa cuando intentó asesinarme. Definitivamente lo envió el vaticano. El papa quiere asegurar el Caracol y que este no se pueda reproducir haciéndome difunta.

--Pero ¿Qué de mi escudero, Sancho Panza? Vos le encargasteis que le llevara una copia a la reina de España.

--No tengo noticia de él. Le di una versión condensada del Caracol. No tiene todas las tablas con datos pero si hace una predicción de donde estará el astro, Rahu, de aquí a ochenta años. Se supone que Sancho iba a pasar por Puebla y le di una carta para que el obispo Santa Cruz le diera posada.

--¿El obispo ese se apellida también Santa Cruz? –dijo con asombro el moro.

--Esperad, Sor Juana, ¿no fue ese el fulano que el jesuita Rubio y su bruja nos dijeron que servían? –apunto Amaranta.

--Cierto es. Si el obispo está involucrado en esto me temo que Sancho probablemente no pasó de Puebla. Conozco bien a Santa Cruz. Me mandó una carta censurando mis críticas a un teólogo quesque muy picudo al cual destroce sin siquiera sudar mostrando las falacias en que incurría. El obispo es un gallo muy jugado como político y firmo su carta como Sor Filotea para tapar que era de su autoría. Le mande una respuesta pues vaya que me enchilo el desgraciado. Se decía que iba para arzobispo. Pero el muy zorro intuyo que iban a haber broncas con el chahuistle y los ataques piratas y dejo que Aguiar se echara la soga al cuello.

--O sea, es un grandísimo cabrón –concluyo el moro--. Definitivamente ha de ser de mi sangre.

--Si Eusebio sobrevivió podría decirnos donde se encuentra Aramis –explico Amaranta.

--¿En verdad? --dijo el moro parándose del catre en que había sido puesto--. Carajos, el fulano me debe mucho. Y se supone que yo debo llevar el Caracol completo de regreso a Europa.

--¿Creéis poder andar? –pregunto Sor Juana

--Nunca me he sentido mejor. Aunque me duele la quijada cual si me hubieran dado un puñetazo. ¿Qué diablos tenía esa pócima? ¿Era el filtro de Fierabras?

--No. Ese todavía no lo he podido crear –apunto Sor Juana adonde la pared del laboratorio estaba ennegrecida por un alambique que exploto--. Pero la pocima ha de tener efectos secundarios.

--Con tal de que no se me pudra el aparato no me importan los efectos secundarios –concluyo el moro--. Sor Juana, os debo la vida. No voy a dejar que ese francés hideputa le lleve vuestro libro al papa. Además que la reina de España me prometió grandes riquezas si regresaba con el libro. Y tengo que saber que diablos le paso a mi fiel Sancho.

--Tenéis excelentes razones para encontrar el Caracol –se rio Sor Juana.

--¡Ciertamente! –exclamo el moro y luego encaro a Amaranta--. Y vos ¿Cómo os llamáis?

--Soy Amaranta.

--Guiadme adonde esta ese desgraciado de Aramis.

--En tal caso sígame vuecencia –contesto Amaranta--. Dios mediante Eusebio regreso con bien y nos podrá decir bajo que piedra se esconde el francés.

No comments:

Post a Comment