Puebla
- 1683
En
la oscuridad de la noche dos amantes se abrazan en la habitación que Rubio
tiene en el palacio del obispo Santa Cruz.
Citlaltzin le susurra al oído.
--Mil
pecados he cometido y mi conciencia me condena.
Más cualquier suplicio vale la pena por la pasión que habéis encendido.
No hay quien entienda que, viviendo con vos en el error, mi alma suspira por el
dolor que hace que mi carne se encienda. Sé que no sois un santo y se lo dura
de vuestra mano pero así os quiero, inhumano, para que ignoréis al matarme mi
llanto.
--¿Cómo? ¿Por qué habláis de mortandad?
--En
la arcana como entrar al recinto he descubierto. Pero los dioses exigen un sacrificio y yo
gozosa me ofrezco al suplicio. Derramando
mi sangre, de tlatoanis, puede el recinto ser abierto. Si entráis y la Xiucoatl blandeéis la
potestad de España sobre Anahuac terminareis.
--La
Xiucoatl fue nefasta para los mexicanos.
Y por tenerla el precio no estoy dispuesto a pagar. No insistáis en que os haga sacrificar. Además que no confió en vuestros libros
arcanos.
--¡Sin
embargo al obispo Santa Cruz si estáis dispuesto a confiar! Ese, en cualquier momento, por no encontrar a
Aramis os hará ajusticiar.
Rubio
se rio.
--No
soy tan tonto de españoles fiar. Veréis,
Aguiar me mando para que a Santa Cruz lo pudiera espiar. Y Santa Cruz espera que los planes de Aguiar
se los pueda revelar. Si, por perder a
Aramis, tal vez Santa Cruz me vaya a regañar.
Pero le soy valioso y es con este indio que el gachupin tiene que
operar.
--Si
Santa Cruz logra hacerse del gobierno del virreinato…
--No,
Santa Cruz desea tener todo el mandato.
--Explicadme
entonces sus designios. Dudo que España vaya a renunciar a sus dominios.
--El
obispo busca gobernar Méjico como nación independiente. Mañana a los caciques de las repúblicas de
indios ha convocado. Logrará su objetivo
si por ellos es apoyado. Y “El Caracol” para
desdentar a Roma es suficiente.
En
la puerta se oyeron toquidos. Eran unos
guardias del obispo que ante este la pareja llevaron.
Rubio
estaba nervioso ante la presencia del obispo. Citlaltzin, sin embargo, portaba una sonrisa.
--Rubio,
leí vuestro reporte sobre la fuga de Aramis.
Adivinasteis bien que contra Sor Juana iba a atentar. Pero lo dejasteis ir y os debería hacer de los
huevos colgar.
--Su
señoría, le suplico…
--Callaos. Necesito de vos todavía y hoy, especialmente
de vuestra bruja.
--Ordene
su señoría –dijo Citlaltzin todavía sonriendo.
--Entre
la gente que he convocado es malabarista hasta el más manco. De sus labios nunca hay discurso franco. Deseo
que eso sea modificado.
--¿Les
dará vino su señoría?
--Por
el pulque son parciales pues son indios principales. Deseo que solo hable la verdad esta
concurrencia. Mas nunca he oído que “en
pulque veritas” haya sentencia.
--Puedo
hacer que solo la verdad mencionen. Pero
no sé cuál será en estos hombres el resultado pues nunca a decir verdad han acostumbrado.
Al hacerlo a morir se exponen.
--Oleos
me sobran para darles la unción. Avocaos
bruja, hacedlos dar su vera comunicación.
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