Ciudad de Méjico-Tenochtitlan, año de 1740
--Señor Mendoza, tal vez vuecencia entienda lo que está
desenvolviéndose ante mis ojos.
--Despreocupaos, don José, estáis sirviendo muy bien a
mis propósitos.
--Vuecencia, estoy a vuestro servicio. Me siento con bríos que no he disfrutado en
años. Y creo que las cataratas casi se
han desvanecido. Os los suplico,
explicadme, ¿Qué sois? ¿Cómo es que podéis
lograr estos milagros?
--Habrá tiempo para explicaros. No os preocupéis por buscar explicaciones por
ahora. Decidme, ¿creéis que podréis
seguir?
Mendoza lleno mi tarro con el vino cretense.
--Despreocupaos, Fray José, tengo más de estas
botellas –dijo Mendoza sonriendo como si hubiera leído mi mente.
--En tal caso sigamos, su señoría. Sin embargo, os diré que siento cierta desilusión.
--¿Por qué?
--Estas visiones son extraordinarias, su señoría, y
con gusto cooperare más en ilustraros con ellas. Sin embargo, daría mi único ojo por tener una
visión de mi padre.
--Ah, sí, don Raúl Topiltzin, comandante del ultimo
destacamento mexica y guardián del toltecayototl.
--Sí, mi padre –dije con cierto orgullo.
--No hay control sobre lo que se os revela, don José. Pero no dudo que en un momento veréis otra
vez a vuestro padre y conoceremos la suerte del Toltecayototl.
--¿Son estas visiones reales, su señoría? ¿No serán cosas del demonio o invento de un
loco?
Mendoza se rio.
--Tal vez lo segundo, Fray José. Pero no hay nada del maléfico en lo que
veis. Son suspiros que arrancáis del
éter y que yo tengo la capacidad de también ver usándoos como médium. Y como os explique, esto es por vuestra
sangre. Los mortales no tienen idea de
lo poderosa que es su sangre. Tal vez
eso sea lo mejor. Y ahora, si me hacéis
la venia…
Con mucho gusto apure el tarro de vino que me
paso. Luego cerré mis ojos y sentí la mano
del enigmático Mendoza posarse sobre mi frente.
Una gran parvada de garzas surcaba el cielo. El sol era intenso. El calor era agobiante. Tan solo una brisa marina que venía de
oriente aliviaba el vaho que rodeaba a los hombres del Rayo.
El buque pirata estaba tan raso como un pontón. El palo mayor había desaparecido. La violenta marejada había arrancado el
armamento. Tan solo quedaban dos cañones
y tres espingardas montadas estas últimas en lo que había sido el puente.
El Rayo se encontraba en medio de un amplio estero. Las aguas se extendían en todas
direcciones. En lontananza, hacia
occidente, se divisaba la línea de un manglar.
--Capitán –dijo Carmaux saludando.
--¿Qué del agua Carmaux? --contesto Ventimiglia.
--Nos queda un barril, capitán.
Ventimiglia juro quedamente.
--El agua de esta laguna es salada.
--Si, capitán, este es un brazo de mar.
--¿Habéis estado aquí antes?
--Brevemente, capitán, hace unos cinco años, cuando
estaba en la tripulación de Morgan y veníamos de desplumar Panamá. Don Henry ordeno que nos emboscáramos aquí a
esperar la flota que vendría de Cartagena.
Pero tuvimos que irnos pues fuimos avistados por los españoles.
--¿Los del fortín de la bocana?
--En ese entonces no existía esa fortificación. Unos pescadores nos vieron y don Henry asumió
que darían aviso en su pueblo.
--¿Entonces hay un pueblo cercano?
--Si, capitán, Tlacotalpan. Lo alcanzamos a ver pero no
desembarcamos. Es tan solo un caserío
miserable con unos cuantos españoles e indígenas. No valía la pena desplumar.
--¿Tendrá guarnición?
--En aquel entonces no vimos tal. Pero quien sabe hoy.
--¿Creéis que lo podríais encontrar ese lugar otra
vez?
--Si capitán, mirad –indico Carmaux apuntando a los
manglares--. Hay un rio que desemboca en
algún punto de esos manglares. Es
cuestión de bogar rio arriba hasta encontrar a Tlacotalpan.
Ventimiglia escudriño el horizonte con el catalejo.
--Creo ver la apertura, tomad –dijo Ventimiglia
pasándole el catalejo a Carmaux.
--Si, ese parece ser el rio, capitán.
--Bien, indicadle a Van Stiller que bogue rumbo a la
desembocadura. Juntad cinco hombres y
relevadlo en una hora.
El Rayo estaba siendo jalado por un bote donde Van
Stiller y cinco piratas más estaban bogando.
--¡Capitán! –dijo Moko saludando.
--Reportad, Moko.
--Empezamos a achicar otra vez pero hay mucha agua en
la sentina y en la bodega.
--¿Y las brechas?
--Schiller está trabajando en ellas. Pero una es muy grande.
--¿La de la proa a estribor?
--Si, capitán.
Fue causada por un obús del fortín.
La hemos detenido con trapos y estopa pero necesitaremos más madera e
impedimenta para cegarla. No podemos
salir a mar abierto en esas condiciones.
--Carmaux me dice que hay un pueblo a orillas del rio
que desemboca allá adelante –indico Ventimiglia.
--¿Un pueblo de españoles?
--Tlacotalpan es el nombre y espero que sean más indígenas
que españoles ahí. Nos haremos pasar por
súbditos del rey de España, Moko.
Diremos somos un mercante que se dirigía a Cartagena a unirse a la flota
real pero que fuimos maltratados por la tormenta y buscamos refugio en la
laguna. Seguro en Tlacotalpan habrá
maderamen, clavos, y tal vez hasta un palo de repuesto. Además, tengo que ver por los heridos.
--De los ocho heridos, dos murieron ya, capitán. Hay tres que necesitaran que les amputen un
miembro. Necesitamos un cirujano.
--No solo eso, Moko, también nos falta agua. Y con este calorón los hombres se
deshidrataran rápidamente efectuando las maniobras. ¿Cuántos hombres hábiles nos quedan ahorita?
--Solo una docena, capitán. Quince si incluimos a Carmaux, Van Stiller y
a su servidor.
--Bien, seguid achicando. No sé qué profundidad tenga ese rio pero
estamos tan anegados que podríamos embarrancar en un bajo.
Mientras tanto a unas leguas al oriente una gran nave que
enarbolaba el estandarte del rey de España atracaba en el muelle junto al fortín
de la bocana.
--¡Eh del buque!
¿Quién sois y que buscáis aquí? –inquirió un capitán español que
encabezaba un piquete de arcabuceros--.
Sabed que los cañones del fortín os apuntan.
En el puente de la nave un viejo formidable, de gran
barba y porte marcial se quitó el yelmo que portaba.
--Decidle a vuestro comandante que soy el duque de Van
Guld.
--¡Su señoría! –contesto el capitán reconociendo al
renegado holandés que servía a la corona española--. De inmediato avisare a mi comandante.
--Esperad, capitán –ordeno Van Guld
--Su señoría mande.
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