--¡Señor capitán! –grito el timonel con algo de
espanto. La voz del viejo marino apenas
se oía entre el bramido de la tormenta.
--¡Sostened el rumbo Ramón! –ordeno un hombre vestido
todo de negro en un elegante traje de gentilhombre.
--¡Es inútil capitán!
¡Que se ha roto la puta caña!
Por un momento los ojos del gentilhombre brillaron
como ascuas. Luego de un golpe quito al
timonel y tomo él mismo el timón.
El gentilhombre no sostuvo el timón más que por unos
instantes y luego lo soltó. El timón
giraba aleatoriamente.
--¡Maldita sea! –juro el gentilhombre.
--¡Estamos perdidos! –gimió el timonel.
--¡Callaos imbécil u os aventare al mar yo mismo!
Un negro descomunal se presentó en el puente. El negro contemplo el timón moviéndose al
azahar, al capitán que lo observaba todo con una sonrisa amarga, y al timonel
que estaba pálido como un ánima en pena.
--Sr. Capitán –dijo el negro saludando--. Os ruego arriemos trapo.
--Llevad a cabo la maniobra, Moko –asintió el capitán--. Tal vez ganemos unos minutos de vida. El timón ya no responde.
--¡Por mi señor Macumba que somos ya hombres muertos!
–juro el africano. Luego con voz
poderosa empezó a gritar órdenes a la tripulación que empezó a arriar las
velas.
--¿Qué de van Guld, capitán? –pregunto luego el negro.
--Tomad –responde el gentilhombre pasándole el
catalejo--. Hace una hora que perdí de
vista a sus naves.
--Tal vez se hundieron los malditos. ¿Quién puede ser tan imbécil de perseguirnos
en medio de un huracán?
--Ese viejo maldito quiere verme colgado. Pero no tarda el mar en ahogarme. Sin timón el Rayo está a merced de la
tormenta.
Un golpe de mar causa que el buque escore severamente.
--¡Es el fin! –gime el timonel.
La tripulación ha afortunadamente recogido el velamen
y tal vez por eso el Rayo no se da una vuelta de pantoque. Mas es evidente que el mar está golpeando al
buque con saña y crueldad.
--¡Capitán! –saluda un hombre tuerto.
--¡Carmaux! --ruge
el gentilhombre--. ¿Qué diablos hacéis
aquí? ¡Os encargue achicar! ¡Regresad a las bombas! ¡Maldita sea!
¡Con razón el Rayo se siente tan torpe!
--¡No tiene caso capitán! –contesta un hombre con cara
de rata y ojos muy juntos.
--¡Van Stiller tiene razón, capitán! –responde
Carmaux--. ¡Las bombas han sido
superadas! ¡Toda la sentina está
inundada y el agua ya penetra en la bodega!
--¡Cobardes! –ruge el gentilhombre y su mano se posa
sobre su toledana.
--¡Leclerc murió ahogado mientras achicábamos! --exclama Van Stiller.
--¡Nosotros a duras penas logramos salir del cuarto de
bombas! –grita Carmaux.
De pronto se oyen gritos de horror entre la
marinería. Los hombres apuntan con
horror al mástil donde unas luces espectrales se refocilan alrededor del
carajo.
--¡El diablo viene por nuestras almas!
--¡Es el fin!
--¡Son fuegos de San Telmo imbéciles! --los increpa el africano--. ¡Son inofensivos idiotas!
Pero de pronto otro violento golpe de mar causa que el
palo mayor crujiera. Este se quiebra y
cae sobre cubierta matando a varios de los tripulantes.
--¡Es el fin! –admite el africano.
El gentilhombre, cuyos ojos brillan como ascuas, no
dice nada y tan solo se sostiene en pie agarrado firmemente de la barandilla
del puente.
De pronto se oye un cañonazo y un obús cae cerca del
buque.
--¡Eso vino de occidente! –grita el
gentilhombre--. ¡No fue Van Guld o su
flota!
Se oye otro cañonazo.
Esta vez el obus pega en el casco de la maltrecha nave.
--¡Ea!
¿Visteis? –indica el gentilhombre al africano.
--El resplandor viene de alto –admite el
africano--. No es un buque. ¡Capitan!
¡Oigo el fragor del mar!
--¡Si! ¡Hay
rompientes! ¡Estamos cerca de la costa!
--¡Imposible!
--No, Moko, la tormenta nos avienta hacia la costa.
Se oye otro cañonazo.
--Y ese que nos cañonea, si no me equivoco, es el
fortin que guarda la rada de Alvarado.
--¡Nos hundirán los españoles o nos hundirá la
tormenta! --exclama el africano con
resignación--. ¡De todas maneras somos
hombres muertos!
--¡No! --exclama
el gentilhombre--. ¡Improvisad el palo
roto como timón! ¡Todavía nos queda una
oportunidad!
Sin cuestionar el africano da órdenes y la tripulación
del Rayo comienza la maniobra y asegura el palo roto a manera de timón
improvisado.
Y ahora es como si tanto el mar como los españoles del
fortín quisieran asegurar la muerte del Rayo y de su tripulación. La violencia de las olas golpea al Rayo. Y el fortín sigue descargando cañonazos, algunos
de los cuales tocan al Rayo y causan horribles heridas entre la tripulación.
Moko, Carmaux, Van Stiller, y los pocos hombres del
Rayo que todavía quedan en pie aguantan sosteniendo el palo roto en su lugar
mientras el gentilhombre ruge y ordena entre el bramido de la tormenta.
--¡Ahí está la rada!
¡Aguantad! ¡Aguantad!
Más todo parece ser inútil. El buque está a punto de hundirse. Un obús del fortín toca al Rayo y causa
mortandad entre los hombres que sostienen el palo roto y este cae al mar. El Rayo parece temblar y gemir como un toro
siendo sacrificado en la fiesta brava.
--¡Nos hundimos!
--¡Es el fin!
--¡Santo Dios!
--¡Ventimiglia!
¡Ventimiglia!
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