Saturday, July 9, 2016

XIX. La Misión de Aramis

Puebla de los Ángeles - 1683

A unos metros de donde Sancho había estado preso había otro lóbrego calabozo donde un hombre rumiaba su suerte.

--Tal vez sería mejor si se me diera muerte.  He perdido el Caracol y mi misión esta incumplida –murmuraba Aramis con frustración--.  Y ahora preso estoy y no sé si será de por vida.  Solo hago votos para que Fortuna me sonría y, si oportunidad se presentara, yo de ella me aprovecharía.

--Señor Aramis –dijo Josef Rubio entrando seguido de varios siervos con sables y pistolones en la mano--.  Hacedme la venia de venid conmigo.

--¿Qué venís a darme, la muerte o un castigo?  Vos sois también jesuita y sabéis que por mi vida no os voy a suplicar.

--¡Vive Dios!  Despreocupaos.  Mi patrón tan solo desea con vos platicar.

Aramis fue llevado muy vigiladito ante el obispo Santa Cruz.  Este hojeaba el Caracol y portaba una amplia sonrisa.

--¡Ah, Monsieur Aramis!  ¿Decidme, de vuestra alimentación tenéis queja?  ¿Os habéis de vuestras heridas recuperado?  –inquirió el obispo afablemente mientras extendía su anillo para que Aramis lo besara.

Como un jesuita bien disciplinado, Aramis beso el anillo proferido.

--De vuestra culinaria no tengo queja.  Y esto en mi salud se refleja.  Sin embargo, mi situación me es perpleja.  Os pido escuchéis mi humilde conseja.  Vos tenéis el libro que a los herejes había arrebatado.  Dejadme llevar ese libro a  Europa que así el mismo papa lo ha ordenado.

--¿El impacto que este libro tendría lo comprendéis?  --pregunto Josef Rubio.

--Si, por supuesto –contesto Aramis con exasperación--.  ¿Acaso chantajear a Roma con este libro pretendéis?

El obispo sonrió pero sus ojos no lo hacían.

--Vamos, señor Aramis, esa palabra, chantaje, es muy fea.

--Cualquiera pensaría que eso es lo que su señoría desea.

--No tienen las cosas que llegar a ese punto –dijo quedamente el obispo.

--Su señoría, me temo que así pinta el asunto –respondió Aramis--.  No entiendo, sin embargo, cuales son vuestros motivos. 

--Vos no tenéis la jerarquía para os tenga que detallar mis objetivos –contesto con frialdad el obispo.

--Cierto, su señoría, su servidor solo es un instrumento del vaticano.  Mándeme usía y obedeceré, siempre y cuando no sea en contra de mi soberano –dijo Aramis haciendo una caravana.

--Más bien gran servicio le haréis a vuestro soberano llevándole este sobre lacrado.

--Me imagino que hasta Roma bajo guardia seré llevado.

--En efecto, por Rubio y varios hombres armados seréis escoltado.

--Es mi misión obtener respuesta del papa y espero que por mi condición de heraldo seré respetado –dijo Rubio haciendo una caravana.

--El sobre detalla mis propuestas y espero que el papa me permita ser escuchado.

--Otros han creído que el trono de San Pedro puede ser humillado –contesto Aramis.

El obispo hizo un ademan con desdén y Aramis de su presencia fue retirado.  Al salir de la oficina había un amplio balcón que llevaba adonde el francés seria encarcelado.  Fue entonces que Fortuna hizo presencia.  Pues por el corredor venia una gruesa comitiva que con el obispo solicitaba audiencia.  Eran estos personas que sabrá Dios por qué motivos por la iglesia había sido agraviados.  Las cosas empeoraron cuando, con tal de abrirse paso, por los guardias de Aramis fueron empujados.  Se armó un San Quintín y ágilmente Aramis de una toledana se hizo.  Repartiendo sablazos Aramis huyo a través de un pasadizo. 

Horas después Aramis montaba un alazán que había robado.

--Cumpliré mi misión –juro el jesuita--.  Iré a la Ciudad de Méjico, al convento jerónimo, donde esa amenaza a Roma se ha incubado.  Cierto, cometeré una brutalidad,  Que el obispo mis pecados dispense a cambio de llevar el sobre a su santidad.  ¡Bah!  Al diablo el obispo y lo que desee.  Una vez que la monja este muerta, le quitare el Caracol que ahora posee.

Mientras tanto, el obispo, colérico, a Rubio confrontaba.

--¡Este contratiempo no me lo esperaba!

--Tenga la seguridad, su señoría que puedo volver a Aramis encontrar.

--Mas os vale, Rubio, sabed que por herejías os podría encarcelar.

--Su señoría, le ruego que no se deje por habladurías influir.

--No son tales.  Vuestra mujer, la bruja, un pacto con el diablo se le puede atribuir.  Así pues, traedme a Aramis y sabed que si fracasáis sería inútil que intentéis vos y ella huir.

Rubio hizo una reverencia y salió con trémulo de la audiencia.  Otra vez, pensó, los dioses, para darle el paradero de Aramis, le exigirán sacrificio.  Y el hacerse sangrar el pene con espinas de nopal era un horrible suplicio.

--¡Ah sí vosotros los hombres sois muy estultos! –se rio Citlaltzin cuando Rubio le dio la noticia--.  Obvio es que Aramis ha de tener motivos ocultos.  Iba ya a Roma en camino.  ¿Por qué cambiar ese destino?

--Vamos, mujer, vos podéis hacer que los dioses nos iluminen.

--Los dioses harán lo que ellos determinen.  Pensad, Rubio, ¿que era el motivo principal del jesuita?

--Hacerse del Caracol y derramar sangre si se amerita.

--¡O sancta simplicitas! –Exclamo Citlaltzin--.  Mientras exista la biblioteca en el Tlaloc y una mente que la interprete mil caracoles se pueden escribir.

--El obispo me encargo que convenciera a Aguiar que la biblioteca se debe destruir.

--¿Y tan seguro estáis que la destrucción de la biblioteca se pueda conseguir?  Acaso la podréis disminuir pero la verdad siempre va a afluir.  Más efectivo seria si la mente en cuestión pudiera sucumbir.  Tomaría siglos para que tal intelecto se vuelva a parir.  ¿Entendéis lo que os quiero decir?

--Santo cielos, Sor Juana es la clave de este enredo.

--Si, Josef, y Aramis buscara atravesarla con acero de Toledo.

--En tal caso buscare a Aramis por el rumbo del convento.

--Acordaos que  Aramis hizo de absoluta obediencia al papa juramento.  Todo apunta a que su misión es convertir a Sor Juana en difunta.  Y, sabed, por estas revelaciones no tuvisteis que enterraros en el pene espinas.

--Mujer, ojala sea cierto lo que adivinas.

--Ah pero entended que mi sangre exige que el Toltecayotl se defienda, aun a costa de la vida y hacienda.

--El obispo con los caciques va a influir.  Estos al virrey se rehusaran ayudar.  Mientras yo la Hermandad Blanca hare contactar.  Del peligro que hay les voy a advertir.

--Para asegurar el éxito tenéis que hacer a los dioses libación –dijo Citlaltzin mientras acariciaba la cara de Josef.

--¿De vino?  Derrmare cualquier cosa con tal de asegurar su bendición.

--No Josef.  Yo soy de los dioses el altar.  Y es ahí donde vuestra semilla deberéis depositar.


Acto seguido los dos amantes se besaron y cual una sola alma sus cuerpos se entrelazaron.

No comments:

Post a Comment