Versalles, 1683
Pronto amanecería y Luis XIV estaba
despierto y de un humor de los diablos.
Junto a Luis estaba durmiendo una vicomtesse cuyo nombre Luis no
recordaba. Luis toco una campanilla y el
ayuda de cámara se presentó, un marques de algún lugar.
--¿Ya mero amanecerá?
--Falta una hora, alteza.
--Diantres, ¿no podéis apresurar al
sol?
--Permítame su alteza dar la orden que así
sea.
--¡Callaos idiota! Hay cosas que ni yo puedo lograr.
--¿Se siente bien majestad?
Luis se levantó y se sentó desnudo en
su cama.
--Luego. Llevaos a madame aquí primero por favor
–ordeno Luis sobándole las nalgas a la mujer la cual hizo sonidos de contento.
El ayuda de cámara despertó a la mujer,
la cual era en verdad hermosa. El ayuda
de cámara le conminó a señas a que no dijera una palabra y la llevo, así
desnuda, hacia una puerta falsa.
--Madame ya se fue alteza. ¿Desea que llame a Monsieur Fagon?
Luis estaba de pie ante un espejo
contemplándose.
--Si.
Llamad a Fagon. Ah, y dispensad
con el ritual matutino. No estoy de
humor.
Monsieur Guy-Crescent Fagon, el medico
del rey se presentó tiempo después.
--¿Cuál es el problema, alteza?
--Anoche estuve con una mujer hermosa a
mi lado.
--Ah, magnifique.
--Pero no la satisfice.
--¿Y cuál fue la causa, alteza?
--No se me paro, Fagon –dijo con enojo
el rey apuntando a su pene fláccido.
--¿Me permite su alteza? –pregunto
Fagon.
--Oui.
El medico saco una lupa y examino el
miembro en cuestión. Era de aspecto y
proporciones normales. Tomo el pene y
delicadamente removió la costra de cebo acumulada (el rey no acostumbraba el baño).
--Alteza, ¿vos tenéis 44 años? –dijo Fagon
al terminar el examen.
--No.
Tengo 45.
--¿Es la primera vez que el miembro no
os funciona?
--Solo ocurrió una vez antes, durante
la Fronda. Y era yo tan solo un
jovencito entonces.
--Ah, entonces es algo depresivo,
alteza. A los 45 años sois demasiado
joven para sufrir estos síntomas. Vos
comprenderéis, las preocupaciones del reino influyen en el cuerpo. Decidme, alteza, que cenasteis anoche?
--Lo de siempre…pechuga de cisne a la
Chantilly. Un filete de rinoceronte que
me hizo mandar el rey de Berbería en conserva de sal. Y si sospecháis de algo, hice que mis
probadores lo comieran antes. Todo
acompañado de un merlot.
--Posiblemente el filete de rinoceronte
le afecto pues traía mucha sal de la conserva.
Pero, alteza, insisto, esto es cosa de vuestro ánimo. ¿Habéis dormido bien?
--Creo que sí.
--Conforme uno envejece va dándose
cuenta que no es el hombre que se era aún un día antes. Eso os ha de estar afectando el ánimo.
--¿Intimáis que soy un anciano decrepito?
--¡Vive Dios que no alteza!
--¿Y entonces como me curo?
--Necesitáis sentiros un vencedor como
siempre lo habéis sido toda vuestra vida.
Sugiero os vayas de cacería. Sentiréis
la satisfacción de imponeros sobre una bestia.
--Me voy de cacería cada tercer día.
--Bien, olvidad eso, ¿y que de las
artes?
--Solía bailar ballet pero ya perdí mi
destreza. ¡Carajos, Fagon, tengo que
volver a sentirme como rey, como un león!
--Oui, alteza. Dígame, su señoría, ¿Qué hacen los reyes?
--¿Os burláis de mí?
--De ninguna manera alteza. Por favor, hágame la venia de contestar.
Luis medito un momento.
--Pues gobernamos, hacemos el amor,
gastamos a raudales, mandamos a encarcelar a los que nos faltan al respeto…
Las manos de Fagon temblaron.
--También hacemos la guerra.
--Una guerra, si, seguro que os
levantaría el ánimo.
--¡Diantres! ¡No seáis imbécil! ¿Sabéis lo que cuestan las guerras? Solo asistiré a una si el de España o el de
Inglaterra la costean e invitan a Francia. Ahorita no puedo costear una. El erario apenas se está recuperando de la última
guerra que tuve.
--Alteza, en tal caso, lo único que os
puedo recetar es reposo absoluto. Y no
comáis más filete de rinoceronte.
--¡Idos, no me servís para nada!
Luis se quedó rumiando solo por unos
momentos. Luego volvió a tocar la
campanilla y el gentilhombre encargado de servirlo durante el dia se presentó.
--Dígame alteza.
--Vestidme con ropa de ocio y luego
haced llamad al sabio von Tschirnhaus.
Walter von Tschirnhaus, el matemático real,
se presentó intrigado. Rara vez era
llamado en la mañana a la real presencia.
--Dígame, von Tschirnhaus, ¿que fue del
correo que mandasteis a la Nueva España? ¿Ha vuelto?
Me encantaría humillar al papa.
--Alteza, lo único que supe fue que partió
de Sevilla a la Nueva España hace casi un año. No he vuelto a saber de él.
--Eso es grave.
--De que se hizo el anuncio del Gioco
sabemos que el papa reacciono y mando a su mejor agente, un tal Aramis, tras de
él.
--¿Aramis? Creo conocer a ese fulano. Es letal con la espada. Estuvo a mi servicio un tiempo.
--Eso se reputa.
--¿No tenéis manera de obtener información
en la Nueva España? –pregunto Luis viendo un globo terráqueo.
--Desgraciadamente no, alteza.
--¡Válgame Dios! –exclamo Luis
asombrado--. ¡Esta Nueva España abarcaría
a varias Francias! ¿Qué sabéis de ella?
--Casi nada, alteza. Pero se dé un fulano, recién llegado de
Austria, que ahora da catedra en la Sorbona que se supone es un experto.
--¿Quién es?
--Le llaman el abbe Quintilius Maria Schwindler.
--Hacédmelo traer.
El abbe Schwindler era anteriormente un
tahúr que había hecho demasiados enemigos en Austria debido a sus torpes
trampas. Tuvo entonces que salir de ahí a
toda prisa y, llegando a Francia, decidió que dedicaría a la academia (que también
era una forma de seguir desplumando a ilusos) y produjo las cartas credenciales y
recomendaciones necesarias todo de su propia mano. Estas habían sido lo suficientemente
factibles como para que ahora diera catedra en la Sorbona. Así pues, el ser llamado a palacio puso a
Schwindler sumamente nervioso. ¿Acaso lo
habían descubierto?
Fue asi que con gran ansiedad y
tembloroso que al dia siguiente von Tschirnhaus se lo presento al rey.
--Alteza, hete aquí al abbe Schwindler.
El abbe hizo una reverencia y quedo
cabizbajo y sumiso ante el rey. En su
mano sostenía un rosario. Luis lo vio
con gesto huraño. Por segunda noche
consecutiva había tenido problemas al hacer el amor. Inevitablemente los rumores ya corrian en la
corte de que al rey “no se le paraba” y que buscaba un remedio.
Cuando se supo que Schwindler había sido
llamado a ver al rey de inmediato corrió la versión de que el abbe era “un médico
austriaco extraordinario que había curado al sultán de un mal similar lo cual
era muy grave en su caso pues el fulano tiene un harem con mil mujeres fogosas”.
--¿Qué sabéis de la Nueva España? –le pregunto
Luis.
El abbe trato de recordar lo que en
Austria se sabía de común. Después de
todo la Nueva España había sido conquistada en nombre de un Habsburgo, Carlos
V.
--Es de gran extensión, alteza. Lo habitan miles de indios que son excelentes
artesanos. Sin embargo, son tan cobardes
que tan solo se necesitó 300 españoles para conquistarlos.
--¿Es rico el lugar?
--Riquísimo, alteza. Todos los años atraca en Sevilla una flota española
cargada con cientos de toneladas de plata y de oro extraído en la Nueva España.
--¿Y decís que los habitantes son unos cobardes?
--Por lo general si, alteza. Y son muy devotos de la fe católica y obedecen
sin chistar lo que les digan los curas.
--Bien.
Idos –dijo Luis con desdén.
El abbe se apresuró a salir y se sintió
agradecido que Luis no lo había mandado meter a la Bastilla. Es más, pensó, ahora la Sorbona debe darme
mayor sueldo. ¡Después de todo, soy
ahora un consejero del rey! Diablos, ¡y
todo por decirle lo que cualquier carretero en Austria sabría!
El abbe pronto empezó a recibir múltiples
visitas de gentilhombres que deseaban que los curara de ciertos problemas con
su pene. Al principio el abbe los mando
al diablo pero luego intuyo lo que pasaba y decidió empezar una muy lucrativa
carrera de médico especializado en curar casos de problemas sexuales en los
hombres.
En los días siguientes Luis hizo que
von Tschirnhaus juntara cuanto estuviera disponible sobre la Nueva España. Los problemas de erección del rey, sin
embargo, parecieron aliviarse una noche en que compartió su lecho con una españolita,
muy morena, dama de compañía de su esposa.
(Esta última era una infanta de España, hija de Felipe IV.)
Al día siguiente Luis estaba muy
contento y lleno de ánimo. Sus mañanas
se las pasaba con von Tschirnhaus discutiendo con este sobre la Nueva España.
--¿Así que la ciudad se asienta en
medio de un lago?
--Tal nos indican las crónicas, alteza.
Es algo así como una Venecia de Indias.
--En tal caso imaginaos, von Tschirnhaus,
las posibilidades para el comercio si se conectara ese lago con canales al
golfo que está a su oriente y al océano que está a su occidente.
--Seria obra digna de romanos, alteza.
--De franceses, von Tschirnhaus, de
franceses. Vos no lo entendéis por ser teutón
pero nosotros los franceses somos los herederos de Roma.
Von Tschirnhaus hizo una humilde
caravana.
--Y, decidme, von Tschirnhaus, ¿que de
las mujeres ahí?
--Se reputa que son muy fogosas pues
sus labios son de fuego pues se alimentan con lo que llaman chile. Una sustancia muy fuerte al paladar europeo.
--Ah. ¿Pero son bellas?
--La crónica indica, alteza, que el capitán
español, un tal Cortes, se enamoró locamente de una de ellas. Era una mujer muy
bella.
--¿Era morena?
--Si, pues casi todos los habitantes de
ahí lo son, alteza, aunque no son tan oscuros como los africanos. Podría decirse que son más morenos que los españoles.
--¿Y solo 300 españoles conquistaron
toda esa tierra?
--Es lo que dicen las crónicas, alteza.
--¡Mon Dieu! ¡Si 300 españoles se necesitaron entonces 100
franceses bastarían!
--Pues sí, alteza –dijo von Tschirnhaus
con desconcierto.
--¡Y el único costo sería el de
pertrechos y transporte para esos cien franceses! ¡Sería una guerra en extremo barata!
Luis sintió su miembro empezar a dar
signos de vida.
--¡Dejadme solo von Tschirnhaus! ¡Y decidle al gentilhombre del día que me
haga traer a la españolita! El sabrá de
quien hablo!
D’Artagnan, acompañado de Atos, hacia
las rondas del palacio e inspeccionaba a los mosqueteros que hacían guardia en
la antesala del rey. Fue entonces que
vieron a la “españolita” ser escoltada e introducida a la alcoba del rey.
Atos hizo una señal obscena indicando
que Luis iba a follar.
--Parece que si se le para ya al rey –observo
D’Artagnan.
--Esa muchacha es guapísima. Le eche una flor una vez pero a cambio me dio
una cachetada. Pero bien valió la pena
recibirla. Es tan hermosa que haría que
hasta un muerto se pusiera amoroso.
--Eso es malo, mi querido Atos.
--¿La cachetada? Pues sí.
La niña, aunque se ve menudita, tiene la mano pesada.
--No, el que al rey se le pare otra
vez.
--No os entiendo, D’Artagnan.
--Los reyes, he aprendido, son más
peligrosos cuando están amorosos.