Ciudad de México –
Tenochtitlan, año de 1683
--Llevadlo a la sala
de curaciones –ordeno Sor Juana a los hombres que habían traído a don Anselmo
Bustos.
Bustos fue puesto
sobre una cama y Sor Juana ordeno que le quitaran las ropas que traía pues
estas estaban sucias con el detritus de la batalla, sangre, sesos, y
vomito. Luego Sor Juana empezó a revisar al viejo soldado de los tercios
indicándole a una novicia donde aplicar esponja y agua para limpiar al
hombre. Varias cicatrices cruzaban su cuerpo, las reliquias de una
vida pasada en Flandes sirviendo al rey de Castilla. Bustos era un
cincuentón, tal su barba canosa denotaba, pero todavía estaba recio y firme de
carnes. El comandante del tercio de la Nueva España, había recibido un
macanazo cuyo impacto su yelmo a duras penas había atenuado. El hombre
estaba casi exánime y sangraba profundamente del cráneo.
--¿Podéis oírme?
–pregunto Sor Juana notando la sangre que salía de los oídos de Bustos.
Bustos abrió sus ojos
y murmuro un “si” en voz atenuada. Sor Juana aprovecho para examinar sus
ojos y noto las pupilas.
--¿Ha vomitado?
–pregunto Sor Juana al capitán que había traído a Bustos.
--Si, varias veces.
Sor Juana sacudió su
cabeza. Luego se dirigió directamente a Bustos.
--Don Anselmo –dijo
Sor Juana--, los hematomas y traumas que recibió han causado inflamación
de vuestro cerebro, tal deduzco por el sangrado y la evidencia de vuestros
ojos.
--¿Voy a morir?
–pregunto Bustos.
--No si hago una
trepanación y esta es exitosa –explico Sor Juana.
--¿No quedare idiota?
--Tal es posible,
sí. Tendré que revisaros cerca de donde recibisteis el impacto. Si
hay esquirlas o fragmentos de hueso tendré que quitarlas. Y toda
sangre que se haya acumulado debe de ser removida.
--Haced tal, pero
antes llamad a un sacerdote. ¡No quiero morir sin haber confesado antes!
--Ya se le
llamo. Es el confesor del convento.
Sor Juana noto el
frasco que Bustos sostenía en su mano.
--¿Qué es esto?
--Me lo dio un
jesuita. Me ha ayudado. ¿Puedo seguir usándolo?
Sor Juana abrió el
frasco y lo olio.
--Ah, sí, contiene
alcanfor. Ayuda a abrir los vasos sanguíneos pero causara más
sangrado. Fue bueno que os lo dieran pues ayudaría a combatir la náusea
pero ya no podéis seguir usándolo. Ya habéis perdido mucha sangre –dijo
sor Juana guardando el frasco entre sus ropas--. Si sangráis mas os
debilitareis en demasía.
El confesor se
presentó. Se trataba del padre Núñez de Miranda, dominico, y famoso por
su misoginia. El que fuera el confesor designado para las Jerónimas
seria, a la larga, trágico. En el curso de los años sor Juana seria
acosada por la censura constante de los prelados. Y fue Núñez de Miranda
el que insistió que Sor Juana abandonara sus estudios y vendiera toda su
biblioteca. Tal hizo sor Juana en las postrimerías de su vida pues era
aparente que con tales hombres necios “opinión ninguna gana”.
--Padre, os suplico no
dilatéis más de diez minutos –advirtió Sor Juana—. Es urgente que opere a
don Anselmo. Su vida peligra.
--No podéis poner
traba a este sacramento –protesto Núñez de Miranda viendo con frialdad a
la monja.
Sor Juana intuía que
tal objeción no existiría si hubiera sido un médico hombre el que insistiera en
la premura.
--Solo se, su señoría,
que si dilatáis el infeliz hombre se morirá. El hombre es el comandante
del tercio de la Nueva España y es parte del cabildo de la ciudad del cual
nuestro arzobispo también es parte. Se armaría un escándalo si muere por
no recibir pronta atención médica.
--¡Pamplinas!
Os olvidáis de vuestro lugar, Sor Juana.
--Tenéis razón
–contesto con voz humilde sor Juana aunque sus ojos no mostraban tal
humildad--. Disculpe su señoría por haberme atrevido a enteraos de la
situación. Con todo respeto, haced lo que gustéis, señor cura. Ya os indique las consecuencias.
--No, sor Juana, se
hará lo que Dios mande.
--Cierto es, su
señoría. Yo mientras estaré preparando mis instrumentos. Os
suplico me aviséis cuando acabéis.
Finalmente la
confesión termino. Era aparente que don Anselmo estaba ya en paz.
Las monjas sentaron a Bustos en una pesada silla de madera. Sor Juana,
como buena galena, empezó a sacarle plática para distraerlo mientras las
novicias le cortaban el cabello.
--Tenía muchos pecados
que confesar –admitió Bustos--. Ciertamente no los relatare aquí pues
vuestros castos oídos se ofenderían.
--Sois hombre y sois
soldado don Anselmo –dijo Sor Juana--. Estoy seguro que el santísimo
comprenderá.
--Ojala Pero por
lo menos ahora puedo morir en paz.
--No se hable más de
muerte don Anselmo –sonrió Sor Juana--. ¿O acaso dudáis de mi?
--¿Habéis hecho esta
operación antes?
--Si, tres veces.
--¿Y tuvisteis éxito?
--Los dos primeros se
me murieron. Ya vide vuecencia que echando a perder se aprende.
--¡Santo Dios!
¿Y el tercero?
--Era un joven que
llego aquí con tremendo macanazo. Me temo que perdió el habla y la vista
en un ojo pero sobrevivió.
--¿Y no quedo tarado?
--No, que va, estaba
lucido cuando se fue.
Una novicia entro con
una cubeta llena de agua hirviendo donde se encontraban las herramientas que
sor Juana iba a usar.
--¡Santo Dios!
--exclamo Bustos--. ¿Sois médica o sois carpintera?
--Casi, don
Anselmo. Más bien son las herramientas de un herrero las que son ideales
para esta operación. Hay que hervirlas primero y quitarles el
óxido. Tomad de esto, don Anselmo –dijo Sor Juana pasándole una botella.
Bustos se tomó un
trago.
--¿Mezcal?
--Si, del bueno.
Acabaros la botella.
--¿Tanto así me
dolerá?
--El cráneo es hueso y
no os dolerá cuando lo perforo. Lo que más os dolerá será el cortar el
cuello cabelludo –observo Sor Juana revisando la cabeza rapada del hombre--
pero este ya está bastante herido. Santo Dios, ¿os dieron el golpe durante
el asalto al Santo Oficio?
--Sí. Uno de
esos indios endemoniados me dio de lleno con la macana.
Sor Juana empezó
cortar el cuello cabelludo. Bustos gimió levemente.
--Pero vuestros
hombres triunfaron, ¿correcto? Decidme, ¿capturasteis al rey coyote?
--No. El hombre
cayó al frente de sus hombres.
Por un momento Sor
Juana palideció. El rey coyote era Lorenzo Ixtlilxochitl, el heredero al
trono de Tenochtitlan y Texcoco y este había servido encubierto como criado de
sor Juana por varios años. Y la razón del asalto al santo oficio había
sido para recuperar los códices de papel amate que la inquisición había
confiscado además del libro que Sor Juana había escrito, el Caracol, el cual
estaba basado en observaciones astronómicas de los indígenas. La obra de
Sor Juana predecía, usando las leyes de Kepler, la órbita de un planeta más
allá de Saturno. De ahí que el Caracol era en extremo peligroso para la
iglesia. Y Sor Juana había estado al tanto de que Lorenzo iba a tratar de
tomar el palacio del santo oficio para recuperar su libro.
--¿Murió?
--Si,
definitivamente. Su cabeza será mostrada en el costado del palacio del
virrey para que no quede duda.
El cráneo de Bustos ya
estaba expuesto.
--¿Toda su gente
murió?
--Algunos se
huyeron. Andaban tras unos papeles según me contaron. ¿Quién
diablos se haría matar por unos libros viejos? Pero de los alzados que se
os enfrentaron ninguno sobrevivió. Bueno, si hay un disque español
que sobrevivió.
Sor Juana de inmediato
se percató que Bustos estaba hablando del moro, Pedro de Santa Cruz.
--¿Por qué decís que
es disque español?
--El fulano tiene una
pinta de converso que no puede con ella. Lo han acusado de haber ayudado
a los indios esos. El caso es que ordene su arresto y ahora seguramente
se pudre en un sótano de la inquisición. Dejare que el santo oficio
investigue al desgraciado.
Sor Juana puso la
herramienta sobre el cráneo del hombre cubriendo el área del impacto.
--Sor María, asegurad
los amarres para que don Anselmo no se mueva.
Bustos murmuro una
breve plegaria. E igual hizo Sor Juana.
No comments:
Post a Comment