Wednesday, June 29, 2016

XXVII. El Pene del Rey

Versalles, 1683

Pronto amanecería y Luis XIV estaba despierto y de un humor de los diablos.  Junto a Luis estaba durmiendo una vicomtesse cuyo nombre Luis no recordaba.  Luis toco una campanilla y el ayuda de cámara se presentó, un marques de algún lugar.

--¿Ya mero amanecerá?

--Falta una hora, alteza. 

--Diantres, ¿no podéis apresurar al sol?

--Permítame su alteza dar la orden que así sea.

--¡Callaos idiota!  Hay cosas que ni yo puedo lograr.

--¿Se siente bien majestad?

Luis se levantó y se sentó desnudo en su cama.

--Luego.  Llevaos a madame aquí primero por favor –ordeno Luis sobándole las nalgas a la mujer la cual hizo sonidos de contento.

El ayuda de cámara despertó a la mujer, la cual era en verdad hermosa.  El ayuda de cámara le conminó a señas a que no dijera una palabra y la llevo, así desnuda, hacia una puerta falsa.

--Madame ya se fue alteza.  ¿Desea que llame a Monsieur Fagon?

Luis estaba de pie ante un espejo contemplándose.

--Si.  Llamad a Fagon.  Ah, y dispensad con el ritual matutino.  No estoy de humor.

Monsieur Guy-Crescent Fagon, el medico del rey se presentó tiempo después. 

--¿Cuál es el problema, alteza?

--Anoche estuve con una mujer hermosa a mi lado.

--Ah, magnifique.

--Pero no la satisfice.

--¿Y cuál fue la causa, alteza?

--No se me paro, Fagon –dijo con enojo el rey apuntando a su pene fláccido.

--¿Me permite su alteza? –pregunto Fagon.

--Oui.

El medico saco una lupa y examino el miembro en cuestión.  Era de aspecto y proporciones normales.  Tomo el pene y delicadamente removió la costra de cebo acumulada (el rey no acostumbraba el baño).

--Alteza, ¿vos tenéis 44 años? –dijo Fagon al terminar el examen.

--No.  Tengo 45.

--¿Es la primera vez que el miembro no os funciona?

--Solo ocurrió una vez antes, durante la Fronda.  Y era yo tan solo un jovencito entonces.

--Ah, entonces es algo depresivo, alteza.  A los 45 años sois demasiado joven para sufrir estos síntomas.  Vos comprenderéis, las preocupaciones del reino influyen en el cuerpo.  Decidme, alteza, que cenasteis anoche?

--Lo de siempre…pechuga de cisne a la Chantilly.  Un filete de rinoceronte que me hizo mandar el rey de Berbería en conserva de sal.  Y si sospecháis de algo, hice que mis probadores lo comieran antes.  Todo acompañado de un merlot.

--Posiblemente el filete de rinoceronte le afecto pues traía mucha sal de la conserva.  Pero, alteza, insisto, esto es cosa de vuestro ánimo.  ¿Habéis dormido bien?

--Creo que sí.

--Conforme uno envejece va dándose cuenta que no es el hombre que se era aún un día antes.  Eso os ha de estar afectando el ánimo.

--¿Intimáis que soy un anciano decrepito?

--¡Vive Dios que no alteza!

--¿Y entonces como me curo?

--Necesitáis sentiros un vencedor como siempre lo habéis sido toda vuestra vida.  Sugiero os vayas de cacería.  Sentiréis la satisfacción de imponeros sobre una bestia.

--Me voy de cacería cada tercer día.

--Bien, olvidad eso, ¿y que de las artes?

--Solía bailar ballet pero ya perdí mi destreza.  ¡Carajos, Fagon, tengo que volver a sentirme como rey, como un león!

--Oui, alteza.  Dígame, su señoría, ¿Qué hacen los reyes?

--¿Os burláis de mí?

--De ninguna manera alteza.  Por favor, hágame la venia de contestar.

Luis medito un momento.

--Pues gobernamos, hacemos el amor, gastamos a raudales, mandamos a encarcelar a los que nos faltan al respeto…

Las manos de Fagon temblaron.

--También hacemos la guerra.

--Una guerra, si, seguro que os levantaría el ánimo.

--¡Diantres!  ¡No seáis imbécil!  ¿Sabéis lo que cuestan las guerras?  Solo asistiré a una si el de España o el de Inglaterra la costean e invitan a Francia.  Ahorita no puedo costear una.  El erario apenas se está recuperando de la última guerra que tuve.  

--Alteza, en tal caso, lo único que os puedo recetar es reposo absoluto.  Y no comáis más filete de rinoceronte.

--¡Idos, no me servís para nada!

Luis se quedó rumiando solo por unos momentos.  Luego volvió a tocar la campanilla y el gentilhombre encargado de servirlo durante el dia se presentó.

--Dígame alteza.

--Vestidme con ropa de ocio y luego haced llamad al sabio von Tschirnhaus.

Walter von Tschirnhaus, el matemático real, se presentó intrigado.  Rara vez era llamado en la mañana a la real presencia.

--Dígame, von Tschirnhaus, ¿que fue del correo que mandasteis a la Nueva España?  ¿Ha vuelto?  Me encantaría humillar al papa.

--Alteza, lo único que supe fue que partió de Sevilla a la Nueva España hace casi un año.  No he vuelto a saber de él.

--Eso es grave.

--De que se hizo el anuncio del Gioco sabemos que el papa reacciono y mando a su mejor agente, un tal Aramis, tras de él.

--¿Aramis?  Creo conocer a ese fulano.  Es letal con la espada.  Estuvo a mi servicio un tiempo.

--Eso se reputa.

--¿No tenéis manera de obtener información en la Nueva España? –pregunto Luis viendo un globo terráqueo.

--Desgraciadamente no, alteza.

--¡Válgame Dios! –exclamo Luis asombrado--.  ¡Esta Nueva España abarcaría a varias Francias!  ¿Qué sabéis de ella?

--Casi nada, alteza.  Pero se dé un fulano, recién llegado de Austria, que ahora da catedra en la Sorbona que se supone es un experto.

--¿Quién es?

--Le llaman el abbe Quintilius Maria Schwindler. 

--Hacédmelo traer.

El abbe Schwindler era anteriormente un tahúr que había hecho demasiados enemigos en Austria debido a sus torpes trampas.  Tuvo entonces que salir de ahí a toda prisa y, llegando a Francia, decidió que dedicaría a la academia (que también era una forma de seguir desplumando a ilusos)  y produjo las cartas credenciales y recomendaciones necesarias todo de su propia mano.  Estas habían sido lo suficientemente factibles como para que ahora diera catedra en la Sorbona.  Así pues, el ser llamado a palacio puso a Schwindler sumamente nervioso.  ¿Acaso lo habían descubierto?

Fue asi que con gran ansiedad y tembloroso que al dia siguiente von Tschirnhaus se lo presento al rey.

--Alteza, hete aquí al abbe Schwindler.

El abbe hizo una reverencia y quedo cabizbajo y sumiso ante el rey.  En su mano sostenía un rosario.  Luis lo vio con gesto huraño.  Por segunda noche consecutiva había tenido problemas al hacer el amor.  Inevitablemente los rumores ya corrian en la corte de que al rey “no se le paraba” y que buscaba un remedio.  

Cuando se supo que Schwindler había sido llamado a ver al rey de inmediato corrió la versión de que el abbe era “un médico austriaco extraordinario que había curado al sultán de un mal similar lo cual era muy grave en su caso pues el fulano tiene un harem con mil mujeres fogosas”.

--¿Qué sabéis de la Nueva España? –le pregunto Luis.

El abbe trato de recordar lo que en Austria se sabía de común.  Después de todo la Nueva España había sido conquistada en nombre de un Habsburgo, Carlos V.

--Es de gran extensión, alteza.  Lo habitan miles de indios que son excelentes artesanos.  Sin embargo, son tan cobardes que tan solo se necesitó 300 españoles para conquistarlos.

--¿Es rico el lugar?
--Riquísimo, alteza.  Todos los años atraca en Sevilla una flota española cargada con cientos de toneladas de plata y de oro extraído en la Nueva España.

--¿Y decís que los habitantes son unos cobardes?

--Por lo general si, alteza.  Y son muy devotos de la fe católica y obedecen sin chistar lo que les digan los curas.

--Bien.  Idos –dijo Luis con desdén.

El abbe se apresuró a salir y se sintió agradecido que Luis no lo había mandado meter a la Bastilla.  Es más, pensó, ahora la Sorbona debe darme mayor sueldo.  ¡Después de todo, soy ahora un consejero del rey!  Diablos, ¡y todo por decirle lo que cualquier carretero en Austria sabría! 

El abbe pronto empezó a recibir múltiples visitas de gentilhombres que deseaban que los curara de ciertos problemas con su pene.  Al principio el abbe los mando al diablo pero luego intuyo lo que pasaba y decidió empezar una muy lucrativa carrera de médico especializado en curar casos de problemas sexuales en los hombres.

En los días siguientes Luis hizo que von Tschirnhaus juntara cuanto estuviera disponible sobre la Nueva España.  Los problemas de erección del rey, sin embargo, parecieron aliviarse una noche en que compartió su lecho con una españolita, muy morena, dama de compañía de su esposa.  (Esta última era una infanta de España, hija de Felipe IV.)  

Al día siguiente Luis estaba muy contento y lleno de ánimo.  Sus mañanas se las pasaba con von Tschirnhaus discutiendo con este sobre la Nueva España.

--¿Así que la ciudad se asienta en medio de un lago?

--Tal nos indican las crónicas, alteza.  Es algo así como una Venecia de Indias.

--En tal caso imaginaos, von Tschirnhaus, las posibilidades para el comercio si se conectara ese lago con canales al golfo que está a su oriente y al océano que está a su occidente.

--Seria obra digna de romanos, alteza.

--De franceses, von Tschirnhaus, de franceses.  Vos no lo entendéis por ser teutón pero nosotros los franceses somos los herederos de Roma.

Von Tschirnhaus hizo una humilde caravana.

--Y, decidme, von Tschirnhaus, ¿que de las mujeres ahí?

--Se reputa que son muy fogosas pues sus labios son de fuego pues se alimentan con lo que llaman chile.  Una sustancia muy fuerte al paladar europeo.

--Ah. ¿Pero son bellas?

--La crónica indica, alteza, que el capitán español, un tal Cortes, se enamoró locamente de una de ellas. Era una mujer muy bella.

--¿Era morena?

--Si, pues casi todos los habitantes de ahí lo son, alteza, aunque no son tan oscuros como los africanos.  Podría decirse que son más morenos que los españoles.

--¿Y solo 300 españoles conquistaron toda esa tierra?

--Es lo que dicen las crónicas, alteza.

--¡Mon Dieu!  ¡Si 300 españoles se necesitaron entonces 100 franceses bastarían!

--Pues sí, alteza –dijo von Tschirnhaus con desconcierto.

--¡Y el único costo sería el de pertrechos y transporte para esos cien franceses!  ¡Sería una guerra en extremo barata! 

Luis sintió su miembro empezar a dar signos de vida.

--¡Dejadme solo von Tschirnhaus!  ¡Y decidle al gentilhombre del día que me haga traer a la españolita!  El sabrá de quien hablo!

D’Artagnan, acompañado de Atos, hacia las rondas del palacio e inspeccionaba a los mosqueteros que hacían guardia en la antesala del rey.  Fue entonces que vieron a la “españolita” ser escoltada e introducida a la alcoba del rey.

Atos hizo una señal obscena indicando que Luis iba a follar.

--Parece que si se le para ya al rey –observo D’Artagnan.

--Esa muchacha es guapísima.  Le eche una flor una vez pero a cambio me dio una cachetada.  Pero bien valió la pena recibirla.  Es tan hermosa que haría que hasta un muerto se pusiera amoroso.

--Eso es malo, mi querido Atos.

--¿La cachetada?  Pues sí.  La niña, aunque se ve menudita, tiene la mano pesada.

--No, el que al rey se le pare otra vez.

--No os entiendo, D’Artagnan.

--Los reyes, he aprendido, son más peligrosos cuando están amorosos.


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