Friday, July 8, 2016

XX. Andanzas de Don Filoteo

Cd. de Méjico – Tenochtitlan - 1683

--Amaranta, os agradezco que hayáis venido con prontitud –dijo Sor Juana.

--Oste conmigo ha tenido gentilezas y os daré muestra de mi gratitud –contesto Amaranta.

--Bien esta medianoche venid al convento y vestiros con mis ropas.  Deseo aprovechar que tenemos similitud.

--Acuérdese patrona, yo apenas puedo el rosario rezar.

--No os preocupéis.  Antes del alba he de regresar.  Mientras podéis en mi claustro encerraros y diréis que enferma estáis si alguien viene a buscaros.

Esa medianoche Amaranta en la sala de estar del convento se presentó.  Y un joven gentilhombre fue el que la confronto.

--Ah, don Filoteo, oste siempre tan guapo y elegante –dijo Amaranta sonriendo.

--Gracias, Amaranta –contesto Sor Juana sin poder evitar ruborizarse--, tengo un compromiso apremiante.  Es una causa noble que me urge defender.  Más dudo así que la Inquisición lo vaya a entender.

--Sea, patrona, váyase con tiento y no se deje por los alguaciles sorprender.  A estas horas la chota se pone a levantar y golpear borrachitos.

--Evitare a los corchetes; no quiero menesteres con esos malditos.

La noche era sin luna y la lluvia era constante.   En las calles no había ningún trasnochante.   “Don Filoteo” se envolvió en su capa y susurro una plegaria.  La ciudad parecía muerta y solitaria.

Pronto sus pasos a la calle de la Moneda la llevaron.  Y ahí vio la hierberia de doña Xochitl, ahora clausurada, donde los PGR a los monjes juaninos arrestaron.

“Don Filoteo” oyó un silbido y una figura gruesa y esbozada y con ropa de arriero emergió de las sombras en que estaba confundido.

La figura se aproximó y a “Don Filoteo” en voz ronca le anuncio:

--“Altivos obeliscos…”

Sin dilatar “Don Filoteo” le contesto:

--“Nacidos de la sombra de la noche…”

(El lector tal vez reconocerá las primeras líneas del poema “El Primer Sueño” de Sor Juana.)

--Sígame vuecencia.  Iremos a la taberna del arco de Neptuno.

“Don Filoteo” siguió al hombre sin preguntar pensando que tal seria inoportuno.

--Que ya voy a cerrar –dijo de mala manera Perico al verlos entrar.

--No vamos a dilatar.  Traednos algo de tomar.  Que sea curado del bueno para que no nos haga vomitar.  Tenemos mucho que acordar y todo será más fácil si nos ponemos libar –respondió el hombre grueso poniendo una moneda en las manos de Perico.

--Adelante patroncitos –respondió Perico haciéndoles una caravana.

A la pareja se les acerco una prostituta veterana.

--Si vuecencias desean, su servidora a ambos acomoda y soy barata.

--¡Qué triste vida de vos y de quien os contrata! –afirmo con indignación “Don Filoteo”.

--Ah ya caigo –respondió la mesalina--, vos tenéis pinta de afeminado y este hombre es vuestro amado.  No la hagáis de tos: si no queréis conmigo ahí la cosa muere.

--Si pensáramos que atractiva vuestra oferta fuere, entonces pagaríamos por pecar y vos cobrarías por lo mismo –contesto “Don Filoteo”.

--¡Puta madre!  ¡Que no hago esto por altruismo! –contesto indignada la mesalina--.  Carajos, si, os veis buenote, pero no tanto para que no os cobre.  Si voy a pecar no voy nada a regalar aun si ansina sigo pobre.  ¿Y quién presumís que sois para ponerme a juicio?

-- Vive Dios que estoy haciendo lo mismo de me he quejado!  ¡Id con Dios, mujer, que hasta Cristo a vos no hubiera rechazado!
 –respondió “Don Filoteo” humildemente—. Perdonadme si os cause perjuicio. 

--Ya chole que no nos sobra tiempo para hacer de este desperdicio –afirmo con impaciencia el hombre grueso.

“Don Filoteo” y el hombre grueso se sentaron en una esquina.

--Bien, aquí estoy.  Si me vais a hacer arrestar pues sabed que yo no voy por mi inocencia protestar.  Creo que sabéis quien soy y ante la pira o el garrote no me voy a arrugar.

El hombre grueso no dijo nada y tan solo tomo un trago de la jícara que Perico le había traído.

--Ea, bebed, vuecencia.  Este neutle no lo debemos desperdiciar –afirmo el hombre grueso.

“Don Filoteo”, a pesar que tenía tristes memorias de su cruda, empezó de la jícara a libar.  A “Don Filoteo” se le hizo evidente que el hombre grueso no lo iba a arrestar.

--Con esa discusión hizo vuecencia que toda la taberna os prestara atención –se quejó el hombre grueso--.  Para lo que aquí os diré necesito vuestra discreción.

--Tal os daré, al amonestarme tenéis razón –contesto “Don Filoteo”.

--¿Podréis mantener un secreto?

--A tal me comprometo.

--Sabed que no hay secretos para la inquisición.

--El santísimo tiene nuestras almas en más rigurosa observación.

--La crueldad del Santísimo no se equipara a la del Santo Oficio.

--Sabed que hay eruditos que creen que discutir teología conmigo es un suplicio –contesto “Don Filoteo” con voz glacial.

El hombre grueso se rio y apuro otro trago de su jícara.

--Bien, os explicare el asunto.  El moro será juzgado y probablemente ajusticiado.  Lo acusaran de hereje y acabara difunto.

--¿Se le someterá a tortura?

--Tal será su desventura.  Obviamente el moro sabe cosas que secretas ya no estarán.

--Y que bajo tortura se revelaran –admitió Sor Juana--.   ¿Cómo es que sabéis tanto de la Inquisición y sus menesteres?

--Por varios años torturar presos ahí han sido mis deberes.

“Don Filoteo” casi dejo caer la jícara.

--Os dije que aquí secretos se iban a revelar –se rio el hombre grueso--.  Dejemos de disimular.  Vos sois Sor Juana y a mí me llaman el Osito y trabajo en el Santo Oficio.

--Don Lorenzo alguna vez sugirió que tenía orejas dentro de ese edificio.

--En efecto, yo encubierto hacia mi servicio.  Madre el moro tiene que ser silenciado.

--¿Y no podría ser liberado?

--A menos que tengáis los medios para un nuevo asalto al lugar, no habría manera de lograrlo liberar.

--Señor Osito, yo soy monja y solo se rezar y cocinar.

--Entonces yo tendré que hacer al moro callar –dijo el Osito mostrando un alfanje.

--Esperad.  Algo aprendí en la cocina.  Y si recuerdo hay una medicina que se fabrica con cierta resina y le llaman la falsa asesina.

--No os entiendo.

--Mientras la victima la va consumiendo su metabolismo se va abatiendo.  En todo el cuerpo los efectos se van difundiendo y al final todo vestigio de vida va desapareciendo.  Parecerá que el moro se está muriendo y en unas horas con un cadáver lo estaréis confundiendo.  Podréis entonces sacarlo de la cárcel y en unas horas estará reviviendo.

--¿Habéis hecho antes tal veneno?

--No.  Tengo los ingredientes y este sería mi estreno.  Obviamente que nunca lo he podido probar.  ¿Os imagináis si a una infeliz novicia la fuera con esta pócima a matar?

--El tiempo apremia.  Pronto al moro se le juzgara por blasfemia.

--¿Podéis dilatar hasta el mediodía?

--Si, si tal requiere usía.  Pero, sabe, Sor Juana, también necesito algo del poderoso caballero.

--¿Habláis de dinero?

--Vuecencia no tiene razón de saber que en el arzobispado escasea la decencia.   Sacare el cadáver, sí, pero si hay preguntas respuestas tendré que hilvanar.  Y la credulidad con dinero se puede comprar.

--¡Sea! Al mediodía mandad un propio y con el veneno y el dinero podéis contar.

“Don Filoteo” se encamino entonces de regreso al convento.  En la oscuridad no diviso una sombra que había hecho cierto juramento.  Faltaba una hora para el amanecer cuando Sor Juana regreso a su aposento.  Amaranta dormitaba con el buche lleno y el corazón contento.

La moza estaba desnuda y al despertar y ver a Sor Juana se intercambiaron miradas y al hacerlo muchas cosas fueron confirmadas que antes solo eran sospechadas.  Sor Juana se deshizo de la vestimenta de gentilhombre y pronto las dos mujeres estaban acurrucadas.

--Os enseñare cosas que jamáis debéis divulgar –le murmuro Sor Juana.

--Instruirme, deseo conocer las artes del amar –suplico Amaranta.

A tal Sor Juana y Amaranta se avocaron.  Y en eso estaban cuando las campanas del convento a la primera misa llamaron.

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