Cd. de Méjico – Tenochtitlan - 1683
--Amaranta, os agradezco que hayáis venido con
prontitud –dijo Sor Juana.
--Oste conmigo ha tenido gentilezas y os daré muestra
de mi gratitud –contesto Amaranta.
--Bien esta medianoche venid al convento y vestiros
con mis ropas. Deseo aprovechar que
tenemos similitud.
--Acuérdese patrona, yo apenas puedo el rosario rezar.
--No os preocupéis.
Antes del alba he de regresar.
Mientras podéis en mi claustro encerraros y diréis que enferma estáis si
alguien viene a buscaros.
Esa medianoche Amaranta en la sala de estar del
convento se presentó. Y un joven
gentilhombre fue el que la confronto.
--Ah, don Filoteo, oste siempre tan guapo y elegante
–dijo Amaranta sonriendo.
--Gracias, Amaranta –contesto Sor Juana sin poder
evitar ruborizarse--, tengo un compromiso apremiante. Es una causa noble que me urge defender. Más dudo así que la Inquisición lo vaya a
entender.
--Sea, patrona, váyase con tiento y no se deje por los
alguaciles sorprender. A estas horas la
chota se pone a levantar y golpear borrachitos.
--Evitare a los corchetes; no quiero menesteres con
esos malditos.
La noche era sin luna y la lluvia era constante. En las calles no había ningún
trasnochante. “Don Filoteo” se envolvió en su capa y susurro
una plegaria. La ciudad parecía muerta y
solitaria.
Pronto sus pasos a la calle de la Moneda la
llevaron. Y ahí vio la hierberia de doña
Xochitl, ahora clausurada, donde los PGR a los monjes juaninos arrestaron.
“Don Filoteo” oyó un silbido y una figura gruesa y
esbozada y con ropa de arriero emergió de las sombras en que estaba confundido.
La figura se aproximó y a “Don Filoteo” en voz ronca
le anuncio:
--“Altivos obeliscos…”
Sin dilatar “Don Filoteo” le contesto:
--“Nacidos de la sombra de la noche…”
(El lector tal vez reconocerá las primeras líneas del
poema “El Primer Sueño” de Sor Juana.)
--Sígame vuecencia.
Iremos a la taberna del arco de Neptuno.
“Don Filoteo” siguió al hombre sin preguntar pensando
que tal seria inoportuno.
--Que ya voy a cerrar –dijo de mala manera Perico al
verlos entrar.
--No vamos a dilatar.
Traednos algo de tomar. Que sea curado
del bueno para que no nos haga vomitar.
Tenemos mucho que acordar y todo será más fácil si nos ponemos libar –respondió
el hombre grueso poniendo una moneda en las manos de Perico.
--Adelante patroncitos –respondió Perico haciéndoles
una caravana.
A la pareja se les acerco una prostituta veterana.
--Si vuecencias desean, su servidora a ambos acomoda y
soy barata.
--¡Qué triste vida de vos y de quien os contrata!
–afirmo con indignación “Don Filoteo”.
--Ah ya caigo –respondió la mesalina--, vos tenéis
pinta de afeminado y este hombre es vuestro amado. No la hagáis de tos: si no queréis conmigo
ahí la cosa muere.
--Si pensáramos que atractiva vuestra oferta fuere,
entonces pagaríamos por pecar y vos cobrarías por lo mismo –contesto “Don Filoteo”.
--¡Puta madre!
¡Que no hago esto por altruismo! –contesto indignada la mesalina--. Carajos, si, os veis buenote, pero no tanto
para que no os cobre. Si voy a pecar no
voy nada a regalar aun si ansina sigo pobre.
¿Y quién presumís que sois para ponerme a juicio?
-- Vive Dios que estoy haciendo lo mismo de me he
quejado! ¡Id con Dios, mujer, que hasta
Cristo a vos no hubiera rechazado!
–respondió “Don
Filoteo” humildemente—. Perdonadme si os cause perjuicio.
--Ya chole que no nos sobra tiempo para hacer de este desperdicio
–afirmo con impaciencia el hombre grueso.
“Don Filoteo” y el hombre grueso se sentaron en una
esquina.
--Bien, aquí estoy.
Si me vais a hacer arrestar pues sabed que yo no voy por mi inocencia
protestar. Creo que sabéis quien soy y ante
la pira o el garrote no me voy a arrugar.
El hombre grueso no dijo nada y tan solo tomo un trago
de la jícara que Perico le había traído.
--Ea, bebed, vuecencia. Este neutle no lo debemos desperdiciar
–afirmo el hombre grueso.
“Don Filoteo”, a pesar que tenía tristes memorias de
su cruda, empezó de la jícara a libar. A
“Don Filoteo” se le hizo evidente que el hombre grueso no lo iba a arrestar.
--Con esa discusión hizo vuecencia que toda la taberna
os prestara atención –se quejó el hombre grueso--. Para lo que aquí os diré necesito vuestra
discreción.
--Tal os daré, al amonestarme tenéis razón –contesto
“Don Filoteo”.
--¿Podréis mantener un secreto?
--A tal me comprometo.
--Sabed que no hay secretos para la inquisición.
--El santísimo tiene nuestras almas en más rigurosa
observación.
--La crueldad del Santísimo no se equipara a la del
Santo Oficio.
--Sabed que hay eruditos que creen que discutir
teología conmigo es un suplicio –contesto “Don Filoteo” con voz glacial.
El hombre grueso se rio y apuro otro trago de su
jícara.
--Bien, os explicare el asunto. El moro será juzgado y probablemente
ajusticiado. Lo acusaran de hereje y
acabara difunto.
--¿Se le someterá a tortura?
--Tal será su desventura. Obviamente el moro sabe cosas que secretas ya
no estarán.
--Y que bajo tortura se revelaran –admitió Sor
Juana--. ¿Cómo es que sabéis tanto de
la Inquisición y sus menesteres?
--Por varios años torturar presos ahí han sido mis
deberes.
“Don Filoteo” casi dejo caer la jícara.
--Os dije que aquí secretos se iban a revelar –se rio
el hombre grueso--. Dejemos de
disimular. Vos sois Sor Juana y a mí me
llaman el Osito y trabajo en el Santo Oficio.
--Don Lorenzo alguna vez sugirió que tenía orejas
dentro de ese edificio.
--En efecto, yo encubierto hacia mi servicio. Madre el moro tiene que ser silenciado.
--¿Y no podría ser liberado?
--A menos que tengáis los medios para un nuevo asalto
al lugar, no habría manera de lograrlo liberar.
--Señor Osito, yo soy monja y solo se rezar y cocinar.
--Entonces yo tendré que hacer al moro callar –dijo el
Osito mostrando un alfanje.
--Esperad. Algo
aprendí en la cocina. Y si recuerdo hay
una medicina que se fabrica con cierta resina y le llaman la falsa asesina.
--No os entiendo.
--Mientras la victima la va consumiendo su metabolismo
se va abatiendo. En todo el cuerpo los
efectos se van difundiendo y al final todo vestigio de vida va desapareciendo. Parecerá que el moro se está muriendo y en
unas horas con un cadáver lo estaréis confundiendo. Podréis entonces sacarlo de la cárcel y en
unas horas estará reviviendo.
--¿Habéis hecho antes tal veneno?
--No. Tengo los
ingredientes y este sería mi estreno.
Obviamente que nunca lo he podido probar. ¿Os imagináis si a una infeliz novicia la
fuera con esta pócima a matar?
--El tiempo apremia.
Pronto al moro se le juzgara por blasfemia.
--¿Podéis dilatar hasta el mediodía?
--Si, si tal requiere usía. Pero, sabe, Sor Juana, también necesito algo
del poderoso caballero.
--¿Habláis de dinero?
--Vuecencia no tiene razón de saber que en el
arzobispado escasea la decencia. Sacare
el cadáver, sí, pero si hay preguntas respuestas tendré que hilvanar. Y la credulidad con dinero se puede comprar.
--¡Sea! Al mediodía mandad un propio y con el veneno y
el dinero podéis contar.
“Don Filoteo” se encamino entonces de regreso al
convento. En la oscuridad no diviso una
sombra que había hecho cierto juramento.
Faltaba una hora para el amanecer cuando Sor Juana regreso a su
aposento. Amaranta dormitaba con el
buche lleno y el corazón contento.
La moza estaba desnuda y al despertar y ver a Sor
Juana se intercambiaron miradas y al hacerlo muchas cosas fueron confirmadas
que antes solo eran sospechadas. Sor
Juana se deshizo de la vestimenta de gentilhombre y pronto las dos mujeres
estaban acurrucadas.
--Os enseñare cosas que jamáis debéis divulgar –le murmuro
Sor Juana.
--Instruirme, deseo conocer las artes del amar –suplico
Amaranta.
No comments:
Post a Comment