Monday, July 11, 2016

XVII. En los Calabozos del Arzobispado

Cd. de Méjico – Tenochtitlan 1683

--Insisto, compadre, estos calabozos con los del Santo Oficio no se comparan –dijo el Osito.

--Compadre, alberga a los mismos tristes mugrosos.  Sería mejor si a esta gente la ejecutaran –contesto el Faisán.

--¿Usted prefiere ejecutarlos luego luego?  No compadre, hay que torturarlos primero.  Además ansina tenemos trabajo.

--Cierto, compadre, veamos que infelices hay más abajo.

Los dos PGR su paseo continuaron y pronto ante la celda del moro llegaron.

--¡Dejadme ir con un carajo!  --juro el moro.

--Ah, ¿su señoría se queja de nuestra hospitalidad? –pregunto el Faisán.

--Compadre, ved este chango, sus trapos de gentil hombre no ocultan su criminalidad –aseguro el Osito.

--¡Que soy inocente!  --insistió el moro.

--Como toda esta gente –se rio el Faisán.

--¡Además soy influyente! –siguió insistiendo el moro.

--Pues se porta usía muy prepotente –observo el Osito--.  Compadre, si se viste como caballero y habla golpeado una cosa es evidente.

--¿Qué compadre?

--Una cosa es palpable, que de pendejo es culpable.

--Ese delito es muy condenable –observo el Faisán--.  Y seguro pecado mortal es y, por lo tanto, imperdonable.

--Solo siendo por pendejo notable a un gallón en la Nueva España se le apresa –observo el Osito.

--Os aseguro que aplicándole los fierros aunque sea ser el emperador de Trebizonda nos confiesa –contesto el Faisán.

--Señores, por favor, un abogado os solicito --suplico el moro.

--Vos no tenéis derecho ni a un coyotito –sentencio el Faisán.

--Una persona de mi calidad no debe estar en este agujero inmundo.

--Si sigue vuecencia chingando le buscaremos uno más profundo –respondió el Faisán.

--¡Maldita sea la hora en que la reina me mando traerle el libro de Sor Juana!

--Aunque chille creerle no se me da la gana –sentencio el Faisán.

--Perate, compadre –le murmuro el Osito al Faisán--.  ¿Qué si este chango dice la verdad?

--Lo dudo.  Intuyo su falsedad.

--¡Os juro que de la reina soy agente!

--¿Ve compadre?  ¿Que si en verdad es influyente?

--¿Sugerís que lo tratemos benévolamente? –pregunto el Faisán dudando.

--Bueno, compadre, que sea nomás tantito –contesto el Osito--.  Así no nos jodera si en verdad es un caballerito.  Y que se moche y que nos deje hacer negocito.

--A ver, usted, ¿creéis que se os ayudara de gratuito? –pregunto el Faisán.

--Sabed que aquí con dinero baila el perro –explico el Osito--   Soltad plata si queréis aliviar vuestro encierro.

--Seguro conocéis la conseja de Quevedo que poderoso caballero es don Dinero –explico el Faisán.

--¡Maldita sea que no tengo ni un duro! –se lamentó el moro.
 .
--¡Entonces os pudriréis aquí os lo aseguro!  --concluyo el Faisán.

--¿Y quién diablos es ese Quevedo que versifica sobre el poderoso caballero? –inquirió el moro.

--Pos creo que es un chango que en Veracruz es requintero –dijo el Faisán.

--Pero nomas porque ando de buenas –dijo el Osito--.  Tengo algo que os aliviara las penas.

El osito le paso al moro una especie de puros.

--Ah, ¿excelente tabaco cubano tenéis?

--Y tened pedernal para que los fuméis.

--Señores, os lo agradezco –dijo el moro prendiendo uno de los puros--.  Con los olores aquí casi me desvanezco.  ¡Momento!  ¡Esto no es tabaco y me embota la mente!

--Es una yerba bendita –explico el Osito— que os ayudara a pasarla alegremente.

--Ay señores –se rio el moro fumando con una sonrisa—de las bondades de esta yerba doy testimonio.

--Váyase con tiento usía, no se le vaya a aparecer el demonio –advirtió el Osito.

En la celda siguiente estaba el sosteniente Torres.

--¡Osito!  ¡Faisán!  ¡Dejadme ir, no seáis cabrones!

--¿Y no se acuerda que usía nos trataba con maldiciones una vez que de Montoya recibió bendiciones? –le recordó el Faisán.

--Este es otro que también peca de pendejo –observo el Osito.

--¡Liberadme!  ¡Os lo aconsejo! –chillo el sosteniente Torres.

--Olvídelo, Torres.  Os pudriréis aquí de viejo –le contesto el Faisán.

--Me han dicho los eruditos que la fortuna tiene dos caras y es siempre cambiante –dijo solemnemente el sosteniente--.  Ahora os la dais de cabroncitos, pero recordad: la fortuna es inconstante.

--¡Ay!  ¡Asústame panteón! –le contesto el Faisán con desdén--.  ¿Compadre, que más hay en este galerón?

--En esta última celda solo hay unos indios jodidos.

--¿A ver?  Parecen estar dormidos.

--Pos no hay más que ver compadre –dijo el Osito--.  Tovar tiene audiencia y debemos hacer presencia.

En la sala de audiencias los arrestados ante Camacho eran interrogados.  Pero todos afirmaban que al alzarse por hambre actuaban.

--El arzobispo quiere que los presos confiesen en la Hermandad Blanca militar –dijo Camacho con disgusto.

--En tal caso, su señoría, sugiero que se les lleve a torturar –ofreció Tovar.

--Su señoría nomas diga que delitos quiere que se les vaya a endilgar –dijo el Faisán.

--Hasta la localización del tesoro de Cuauhtémoc le podemos viriguar –añadió el Osito.

--Estos dos fulanos, su señoría, cualquier cosa los harán cantar –aseguro Tovar.

--¡Sea!  ¡Llevaos a estos cabrones y ved qué diablos les podéis sacar!  --ordeno Camacho.

--Seguro, patrón, semos PGR y no le vamos a fallar –dijo con orgullo el Osito.

El Osito y el Faisán siguieron alegremente a los presos a los que tortura se les iba a aplicar.

--Bien, Tovar, encargaos aquí –dijo Camacho--, que me voy a oír misa y a confesar.

Tovar hizo una caravana ocultando que sabía que su jefe buscaba pretexto para irse a emborrachar.

Tiempo después, se apareció un celador y a Tovar le vino a anunciar:

--Su señoría, algo terrible pasa en los calabozos y le ruego me acompañe usía.

De mala gana Tovar siguió al celador.

--¿Os réferis a este desgraciado?  --dijo Tovar apuntando a la celda del moro--. Miradle los ojos, parece estar drogado.

Y es que el moro estaba de rodillas riéndose como loco y rezando por efectos de la yerba que había estado fumando.

--¡Ala, el misericordioso y justo señor de las nalgas!  ¡Sois tan bondadoso que no me faltaran nalgas cuando me muera!  ¡Mil huríes y sus nalgas tendré si por Ala la vida diera!  ¡Oh nalgas!  ¡Nalgas!  ¡Como las nalgas que la reina de España en sus faldas escondiera!  ¡Rubicundas y rosaditas y suavecitas!  ¡Oh nalgas benditas!  ¡Oh nalgas francesitas!  ¡Oh Ala!  ¡De vuestra majestuosidad dan las nalgas testimonio!  ¡Por unas nalgas le regalo mi alma al demonio!  ¡Oh Ala, tal vez de vos, cual Pedro, abjuraría pero unas nalgas jamás las rechazaría!

--¡Este un loco lujurioso y por lo tanto peligroso es y, peor, también es mahometano!  --juro Tovar--.  ¿Por esto me llamasteis a hacer presencia?

--Patrón, no lo llame por ese infeliz fulano.  Vea dentro de esta celda vuecencia.

--¿Por qué esos indios se atreven a dormir en mi presencia? –dijo con hosquedad Tovar.

--Si no os hacen deferencia –índico el celador— es porque todos son difuntos.

--¿Cómo?  ¿Y por qué carajos murieron todos juntos?

--Su señoría, es que murieron de tifo –explico el celador.

Tovar casi chillo de espanto.

--¡Oh maldita peste, retroceded ante este crucifijo!  ¡Muerte, no os acerquéis!

 --¡Tovar!  Más razón para que de aquí me saquéis.

Tovar volteo a la voz que lo nombraba.

--¿Quién sois?  ¿Me conocéis?

--Si Tovar, os conozco, íntimamente –dijo el sosteniente Torres--.  ¿Os olvidáis que me amabais apasionadamente?

--¡Torres!  ¿Vosotros estáis encerrado?

--Y pronto por el tifo seré contagiado.  ¡Apresuraos a sacarme!

--¿Y luego?  ¿Volveréis a rechazarme?  ¿A darme de golpes y maltratarme? 

--¡No carajos!  ¡Evadir la muerte bien vale siete años de mala suerte!

Tovar le indico al celador que abrieran el calabozo de Torres.

--Bien, Torres, idos pero sabed que os hare buscar.  Y aunque os escondáis os podre encontrar.  Y esta vez más ardor me debéis mostrar.

--Sea, Tovar, ahora me voy a buscar donde me pueda un yerbero limpiar que no quiero que el tifo me vaya a matar –dijo Torres poniendo pies en polvorosa.


--Buscadle otra celda a ese loco y a esos muertos hacedlos quemar –ordeno Tovar.

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