Sunday, July 3, 2016

XXV. El Juramento de Van Guld

Cd. de Méjico – Tenochtitlan - 1683

--¡Treinta años! --gemía un hombrón ya entrado en años que bebía en una esquina de “El Arco de Neptuno”--. ¡Treinta años sirviendo a la corona lealmente y ahora me tratan así! He dejado mi pellejo y mi sangre en Flandes, Sicilia, y en los Dardanelos. Y por todo ello ahora el virrey me manda ir de su presencia con desdén. ¡Qué diablos sabe ese marinero de agua dulce, don Tomas de la Cerda, de los huracanes del Caribe!

El hombrón estaba muy colorado y sudaba a chorros y su voz poderosa podía ser oída por todos los asistentes.

--Su señoría –dijo Perico solicito acercándose al hombrón que aparentemente estaba ya en avanzado estado etílico--, acaso por vuestro bien y el de este santo establecimiento os suplico que moderéis vuestras quejas.

--¿Por qué? ¿Creéis que el duque de Van Guld teme que lo oigan y le vayan con el chisme al patán del virrey? ¡Si! ¡El virrey es un patán! ¡Ingrato! ¡Me cago en el virrey!

--Le suplico su señoría –insistió Perico--, tal vez vuecencia ha bebido en demasía.

--¡No! ¡Es más tengo sed! ¡Traedme más vino, un rioja! ¡Lo que me habéis servido sabe a meados!

Perico le hizo una señal a dos mozos toscotes que le ayudaban en estos casos.

--¿Acaso creéis que el duque de Van Guld no puede pagar por vuestros meados? ¡Tened! –dijo Van Guld aventando una bolsa a los pies de Perico.

--¡Tate! –dijo Aramis capturando en el aire la bolsa con su toledana y luego ofreciendo la punta de esta, y la bolsa, a Perico--. Ya oísteis lo que el señor duque demando. Traednos más vino. Un rioja, sí. Y además, traedle al señor conde algo que le baje la borrachera, ¿me entendéis?

--Sé exactamente que ofrecerles, su señoría –contesto Perico quitando con cuidado la bolsa de la punta de la toledana y sopesándola.

--Y va vuestra vida de por medio que nadie nos interrumpa. Si vienen alguaciles a preguntar por el señor aquí decidles que ya se fue y no los dejéis entrar. ¿Entendéis?

Van Guld se puso en pie y trato, sin éxito por lo borracho, de sacar su toledana.

--¡Sea! ¡Bienvenida la muerte! ¡Estoy borracho pero soy buen gallo! ¿Os manda el virrey (jic)?

--Sentaos, su señoría –indico flemático Aramis--. Tiempo habrá para morirse.

--¿Quién sois?

--Mi nombre es Aramis.
--¿Sois gentilhombre (jic)?

--En efecto. Y también he servido a amos desagradecidos. Si tacaño fue Mazarino no os imagináis lo tacaño y desagradecido que es hoy Luis. Francamente no entiendo porque Gastón (d’Artagnan) sigue a su servicio.

--¿Luis XIV? ¿Sois francés?

--Si. Pero ya no sirvo al rey. Decidme, ¿a razón de que habéis caído de la gracia de España?

--¿Por qué diablos os lo diré?

--Toda la taberna ya lo sabe. ¿Qué os cuesta detallármelo? Además, os podría hacer una propuesta ventajosa. Todo depende de lo que me digáis.

Perico deposito una botella polvorienta de rioja y un platillo ante el conde.

--Idos con tiento, su señoría –advirtió Perico--. Está bien chiloso.

--¿Me matara?

--Es posible –dijo Aramis--. La comida aquí puede ser mortal. Pero si no os mata os bajara la borrachera.

--¿Y por qué quiero bajármela? –pregunto con terquería de borracho Van Guld.

Perico le sirvió a ambos de la botella y le extendió tarros a ambos. Aramis lo probó.

--¡Mon Dieu! Os aseguro, su señoría que si os baja la borrachera este delicioso rioja no os sabrá a meados.

Van Guld le entro al platillo y sus ojos casi se desorbitaron. Se puso aún más colorado y sudaba a mares.

--¿No hay plato así en Holanda, oui?

--No. Pero he viajado a la India y a Java –contesto Van Guld—y he probado curries que os harían cagar las vísceras. Esto es formidable pero creo que sobreviviré. Y bien, ¿Qué diablos queréis saber?

--No parecéis estar muy contento con el virrey. ¿Qué sucedió?

Van Guld apuro de su tarro aunque Aramis le detuvo para que no bebiera tanto de golpe.

--Capture en la laguna de Alvarado a mi némesis, el señor de Ventimiglia, el cual algunos llaman el Corsario Negro. Este en realidad es un vulgar pirata que se robó y dejo ahogar a mi hija, Honorata. Jure por Belcebú que nunca se lo perdonaría. El día de su captura fue el día más maravilloso de mi vida aunque eso no compensa por la pérdida de mi hija. Ya lo íbamos a ahorcar junto con la chusma que lo acompaña cuando el gobernador de Veracruz insistió que lo lleváramos ante el virrey. Tal parece que don Tomas de la Cerda se las da de muy almirante y señor de los mares y emitió un decreto por el cual el mismo juzga a todo pirata que sea capturado.

--Ah sí, desde que la gente de Lorencillo desplumo Veracruz los españoles aquí insisten en demostrar que todavía mandan en la Nueva España.

El conde soltó un sonoro eructo seguido de un pedo con olores mefíticos que causo que la concurrencia de la taberna se mareara y se persignara. Aramis se tapó la cara con su capa.

--El maldito de Ventimiglia fue parte de la flota de Lorencillo que desplumo Veracruz. Yo encabezaba una escuadra, la vanguardia del convoy que salió de Cartagena cargado a punto de naufragar con oro y plata que sería llevado hasta Sevilla para la hacienda del rey. Obvio, estábamos muy atentos a toparnos con piratas. Pasando el Cabo Catoche aviste a la nave de Ventimiglia, el Rayo. Seguro iba a la Tortuga con todo lo que habían robado en Veracruz. Lo perdí en medio de un huracán y por fortuna lo volví a encontrar en la laguna de Alvarado donde se había refugiado.

--¿Y bien?

--Pues llevaba a Ventimiglia a esta capital y por el rumbo de Puebla el desgraciado se evadió con toda su gente. Lo buscamos sin éxito pero el diablo lo ha de haber protegido. Tuve que dar parte del incidente ante el virrey y este me hizo remover de su presencia por sus guardias los cuales me maltrataron y aventaron a la plaza mayor.

--Merde. Eso cala. Decidme, ¿tenéis todavía mando sobre buques?

--Si. Dos. Mi nave, La Soberana,de Flandes y la Santa Virgen del Rosario. Están todavía en Veracruz aguardándome. Buscaremos unirnos al convoy que para entonces ha de estar llegando a Cuba.

--¿Os es leal la tripulación?

--A morir.

Aramis se sirvió del rioja otra vez.

--Este vino es magnífico, ¿no cree vuecencia?

Van Guld volvió a tomar otro sorbo.

--Ya no me sabe a meados. La borrachera se me bajo aunque creo que el plato este ha derretido mi lengua.

--Veníais con gente escoltando a vuestros prisioneros, ¿verdad?

--Hacéis muchas preguntas, señor Aramis y yo ni siquiera os conozco.

--Bien, señor conde, si tenéis recelo eso indica que estáis otra vez en vuestros cinco. Tal celebro. Si me dais las respuestas que busco os hare mi propuesta y estoy seguro que esta será de vuestro agrado.

--Diantres, sí, tengo seis hombres de la tripulación de la Soberana. Y si, están bien armados, cosa que estoy seguro será vuestra siguiente pregunta. Están en una venta en las afueras de la ciudad. ¿Qué diablos proponéis? ¿Tomar el palacio del virrey? ¡Vive Dios que con gusto lavaría la afrenta enterrándole mi toledana en el pescuezo al virrey don Tomas de la Cerda!
Afortunadamente el conde ya no estaba gritoneando como borracho y esas últimas palabras solo las oyó Aramis, aunque este, por precaución volteo a escudriñar a la concurrencia.

--No, eso no es lo que hay que hacer. Veréis, tengo un trabajito que terminar en Puebla. Y he decidido que estoy cansado de andar haciendo hazañas solo. Mis últimos intentos solo me han cosechado golpes. De ahí que deseo que me ayudéis. Además, creo que mi patrón me perdonara si no acabo su encomienda aquí en la capital. Cierto convento está muy vigilado últimamente.

--¿Convento? ¿Queréis que robemos a una novicia? En todas las historias que he leído es muy fácil entrar a un convento y secuestrar a una novicia.

--No, Monsieur conde, no quiero yo saber nada más de conventos. Está lleno de víboras violentas. Creedme, hablo por experiencia. Hay monjas ahí que son más peligrosas que los guardias del cardenal.

--Y a todo esto, señor Aramis, no me habéis dicho quién es vuestro patrón.

--No, no he dicho eso, en efecto.

--¿Es un patrón generoso?

--Cual Creso. Y tiene hartos cestos rebozando con doblones para recompensar a los que lo sirven.

--¡Vive Dios! ¿Quién es?

--Señor conde, yo, Aramis, soy jesuita y sirvo al papa. Y os aseguro que este no es ingrato como los virreyes y reyes de España…o hasta los de Francia. Esta es mi propuesta: ¿juráis servir al papa y poneros a mis órdenes?

--Señor Aramis, yo, el conde Van Guld, con mucho gusto le juro lealtad al papa y doy mi palabra de gentilhombre de serviros. Mi espada y las de mis hombres están a vuestro servicio.

--Tocad mi anillo, señor conde. Es el mismo que portaba Loyola, el fundador de nuestra orden y haced el juramento de lealtad al pontífice.

Hecho tal cosa Aramis le señalo a Perico que trajera otra botella de rioja.

Mientras los dos hombres tomaban no se percataron de Amaranta, que, siendo la patrona de la taberna, los observaba desde una esquina oscura.


--Diantres –pensó la moza--, vive Dios si no es ese el tal Aramis que me dio la estocada y para el caso me mato. Y el borrachín ese bien se merece el garrote por hablar así de su señoría el virrey, aun si este es un gachupin. En justicia, sus alguaciles no me han extorsionado como hacen con los otros negocios. Sor Juana decía que ella había mandado una carta a la corte pidiendo que se protegiera al Arco de Neptuno. ¡Maldita sea! Ya salió el coco. Jure no volver a tener trato con ella. ¡Pero no la puedo olvidar! Y carajos, de alguna manera debo vengarme. La toledana de ese maldito francés me dolió de los mil diablos cuando me la ensarto. Ni modo, le daré parte a Sor Juana de lo que vide aquí. A ver si la desgraciada se digna volver a hablarme.

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