Cd. de Méjico – Tenochtitlan 1683
--Insisto, compadre, estos calabozos con los del Santo
Oficio no se comparan –dijo el Osito.
--Compadre, alberga a los mismos tristes mugrosos. Sería mejor si a esta gente la ejecutaran
–contesto el Faisán.
--¿Usted prefiere ejecutarlos luego luego? No compadre, hay que torturarlos primero. Además ansina tenemos trabajo.
--Cierto, compadre, veamos que infelices hay más
abajo.
Los dos PGR su paseo continuaron y pronto ante la
celda del moro llegaron.
--¡Dejadme ir con un carajo! --juro el moro.
--Ah, ¿su señoría se queja de nuestra hospitalidad?
–pregunto el Faisán.
--Compadre, ved este chango, sus trapos de gentil
hombre no ocultan su criminalidad –aseguro el Osito.
--¡Que soy inocente!
--insistió el moro.
--Como toda esta gente –se rio el Faisán.
--¡Además soy influyente! –siguió insistiendo el moro.
--Pues se porta usía muy prepotente –observo el
Osito--. Compadre, si se viste como
caballero y habla golpeado una cosa es evidente.
--¿Qué compadre?
--Una cosa es palpable, que de pendejo es culpable.
--Ese delito es muy condenable –observo el Faisán--. Y seguro pecado mortal es y, por lo tanto,
imperdonable.
--Solo siendo por pendejo notable a un gallón en la
Nueva España se le apresa –observo el Osito.
--Os aseguro que aplicándole los fierros aunque sea
ser el emperador de Trebizonda nos confiesa –contesto el Faisán.
--Señores, por favor, un abogado os solicito --suplico
el moro.
--Vos no tenéis derecho ni a un coyotito –sentencio el
Faisán.
--Una persona de mi calidad no debe estar en este
agujero inmundo.
--Si sigue vuecencia chingando le buscaremos uno más
profundo –respondió el Faisán.
--¡Maldita sea la hora en que la reina me mando
traerle el libro de Sor Juana!
--Aunque chille creerle no se me da la gana –sentencio
el Faisán.
--Perate, compadre –le murmuro el Osito al
Faisán--. ¿Qué si este chango dice la
verdad?
--Lo dudo. Intuyo
su falsedad.
--¡Os juro que de la reina soy agente!
--¿Ve compadre?
¿Que si en verdad es influyente?
--¿Sugerís que lo tratemos benévolamente? –pregunto el
Faisán dudando.
--Bueno, compadre, que sea nomás tantito –contesto el
Osito--. Así no nos jodera si en verdad
es un caballerito. Y que se moche y que
nos deje hacer negocito.
--A ver, usted, ¿creéis que se os ayudara de gratuito?
–pregunto el Faisán.
--Sabed que aquí con dinero baila el perro –explico el
Osito-- Soltad plata si queréis aliviar
vuestro encierro.
--Seguro conocéis la conseja de Quevedo que poderoso
caballero es don Dinero –explico el Faisán.
--¡Maldita sea que no tengo ni un duro! –se lamentó el
moro.
.
--¡Entonces os pudriréis aquí os lo aseguro! --concluyo el Faisán.
--¿Y quién diablos es ese Quevedo que versifica sobre
el poderoso caballero? –inquirió el moro.
--Pos creo que es un chango que en Veracruz es
requintero –dijo el Faisán.
--Pero nomas porque ando de buenas –dijo el
Osito--. Tengo algo que os aliviara las
penas.
El osito le paso al moro una especie de puros.
--Ah, ¿excelente tabaco cubano tenéis?
--Y tened pedernal para que los fuméis.
--Señores, os lo agradezco –dijo el moro prendiendo
uno de los puros--. Con los olores aquí
casi me desvanezco. ¡Momento! ¡Esto no es tabaco y me embota la mente!
--Es una yerba bendita –explico el Osito— que os
ayudara a pasarla alegremente.
--Ay señores –se rio el moro fumando con una sonrisa—de
las bondades de esta yerba doy testimonio.
--Váyase con tiento usía, no se le vaya a aparecer el
demonio –advirtió el Osito.
En la celda siguiente estaba el sosteniente Torres.
--¡Osito!
¡Faisán! ¡Dejadme ir, no seáis
cabrones!
--¿Y no se acuerda que usía nos trataba con
maldiciones una vez que de Montoya recibió bendiciones? –le recordó el Faisán.
--Este es otro que también peca de pendejo –observo el
Osito.
--¡Liberadme!
¡Os lo aconsejo! –chillo el sosteniente Torres.
--Olvídelo, Torres.
Os pudriréis aquí de viejo –le contesto el Faisán.
--Me han dicho los eruditos que la fortuna tiene dos
caras y es siempre cambiante –dijo solemnemente el sosteniente--. Ahora os la dais de cabroncitos, pero
recordad: la fortuna es inconstante.
--¡Ay!
¡Asústame panteón! –le contesto el Faisán con desdén--. ¿Compadre, que más hay en este galerón?
--En esta última celda solo hay unos indios jodidos.
--¿A ver?
Parecen estar dormidos.
--Pos no hay más que ver compadre –dijo el
Osito--. Tovar tiene audiencia y debemos
hacer presencia.
En la sala de audiencias los arrestados ante Camacho
eran interrogados. Pero todos afirmaban
que al alzarse por hambre actuaban.
--El arzobispo quiere que los presos confiesen en la
Hermandad Blanca militar –dijo Camacho con disgusto.
--En tal caso, su señoría, sugiero que se les lleve a
torturar –ofreció Tovar.
--Su señoría nomas diga que delitos quiere que se les
vaya a endilgar –dijo el Faisán.
--Hasta la localización del tesoro de Cuauhtémoc le
podemos viriguar –añadió el Osito.
--Estos dos fulanos, su señoría, cualquier cosa los
harán cantar –aseguro Tovar.
--¡Sea!
¡Llevaos a estos cabrones y ved qué diablos les podéis sacar! --ordeno Camacho.
--Seguro, patrón, semos PGR y no le vamos a fallar
–dijo con orgullo el Osito.
El Osito y el Faisán siguieron alegremente a los
presos a los que tortura se les iba a aplicar.
--Bien, Tovar, encargaos aquí –dijo Camacho--, que me
voy a oír misa y a confesar.
Tovar hizo una caravana ocultando que sabía que su
jefe buscaba pretexto para irse a emborrachar.
Tiempo después, se apareció un celador y a Tovar le
vino a anunciar:
--Su señoría, algo terrible pasa en los calabozos y le
ruego me acompañe usía.
De mala gana Tovar siguió al celador.
--¿Os réferis a este desgraciado? --dijo Tovar apuntando a la celda del moro--.
Miradle los ojos, parece estar drogado.
Y es que el moro estaba de rodillas riéndose como loco
y rezando por efectos de la yerba que había estado fumando.
--¡Ala, el misericordioso y justo señor de las nalgas! ¡Sois tan bondadoso que no me faltaran nalgas
cuando me muera! ¡Mil huríes y sus
nalgas tendré si por Ala la vida diera!
¡Oh nalgas! ¡Nalgas! ¡Como las nalgas que la reina de España en
sus faldas escondiera! ¡Rubicundas y
rosaditas y suavecitas! ¡Oh nalgas
benditas! ¡Oh nalgas francesitas! ¡Oh Ala!
¡De vuestra majestuosidad dan las nalgas testimonio! ¡Por unas nalgas le regalo mi alma al
demonio! ¡Oh Ala, tal vez de vos, cual
Pedro, abjuraría pero unas nalgas jamás las rechazaría!
--¡Este un loco lujurioso y por lo tanto peligroso es
y, peor, también es mahometano! --juro
Tovar--. ¿Por esto me llamasteis a hacer
presencia?
--Patrón, no lo llame por ese infeliz fulano. Vea dentro de esta celda vuecencia.
--¿Por qué esos indios se atreven a dormir en mi
presencia? –dijo con hosquedad Tovar.
--Si no os hacen deferencia –índico el celador— es
porque todos son difuntos.
--¿Cómo? ¿Y por
qué carajos murieron todos juntos?
--Su señoría, es que murieron de tifo –explico el
celador.
Tovar casi chillo de espanto.
--¡Oh maldita peste, retroceded ante este crucifijo! ¡Muerte, no os acerquéis!
--¡Tovar! Más razón para que de aquí me saquéis.
Tovar volteo a la voz que lo nombraba.
--¿Quién sois?
¿Me conocéis?
--Si Tovar, os conozco, íntimamente –dijo el
sosteniente Torres--. ¿Os olvidáis que
me amabais apasionadamente?
--¡Torres!
¿Vosotros estáis encerrado?
--Y pronto por el tifo seré contagiado. ¡Apresuraos a sacarme!
--¿Y luego?
¿Volveréis a rechazarme? ¿A darme
de golpes y maltratarme?
--¡No carajos!
¡Evadir la muerte bien vale siete años de mala suerte!
Tovar le indico al celador que abrieran el calabozo de
Torres.
--Bien, Torres, idos pero sabed que os hare
buscar. Y aunque os escondáis os podre
encontrar. Y esta vez más ardor me
debéis mostrar.
--Sea, Tovar, ahora me voy a buscar donde me pueda un
yerbero limpiar que no quiero que el tifo me vaya a matar –dijo Torres poniendo
pies en polvorosa.
--Buscadle otra celda a ese loco y a esos muertos
hacedlos quemar –ordeno Tovar.
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