Ciudad de Méjico-Tenochtitlan - 1683
Después de la batalla, el palacio del Santo Oficio no
estaba en condiciones de ser usado como cárcel.
Pero la represión que había hecho el gobierno virreinal había capturado
muchos “indios rebeldes” que necesitaban ser encarcelados, torturados,
interrogados, y luego ajusticiados (previo juicio por supuesto). Más sabed que todos los edificios señoriales
de la ciudad de Méjico-Tenochtitlan contaban con mazmorras o sótanos que bien
podían usarse como calabozos. El palacio
del arzobispado no era la excepción. De
ahí que cuerdas de infelices habían sido encarcelados en sus mazmorras.
Dos hombres toscotes se presentaron en el palacio del
arzobispado al saber que este era la nueva cárcel de los disidentes.
Solicitaron audiencia con el encargado y, después de mucho esperar, se
presentaron ante este.
--¿Sus nombres? –pregunto el encargado. Este era un dominico peninsular recién
llegado a la Nueva España que llevaba por nombre Fray Isidoro Camacho. Junto a él estaba otro dominico, un indígena,
que servía de secretario y tomaba notas.
--Yo soy el Osito y el compadre aquí es el Faisán
–contesto uno de los hombres.
El dominico frunció la frente y observo con el desdén
de un peninsular a los dos indígenas frente a él. Era evidente que iba a tratarlos con la puta
del pie y que por cualquier excusa los refundiría en los calabozos del palacio
del arzobispado.
--Patrón, semos PGR –dijo el Faisán poniendo las
llamadas “charolas” en el escritorio del dominico. Estos eran unos escudos con las armas del
Santo Oficio y que tenían la consigna “PGR - Por Gracia del Rey” al pie.
Por un momento Camacho palideció. Se le había informado de como trabajaba la
inquisición en la Nueva España. Los PGR
eran los encargados de torturar e interrogar a los presos del Santo Oficio y
tenían fama de ser muy sádicos y de armas tomar. Es más, ambos portaban grandes machetes al
cinto. No, estos no eran unos infelices
indígenas que un español podía maltratar sin arriesgar consecuencias.
--Ah, muy bien caballeros –dijo el dominico con voz
callada--. Supongo que tenéis
experiencia.
--Por supuesto, patrón –continuo el Faisán--. Aquí el compadre Osito es especialista en el
potro y sabe cómo estirar a los presos sin causar derramamiento de sangre.
--En la Inquisición no se nos permite derramar sangre,
como sabe bien vuecencia –añadió el Osito--.
Y aunque le hayas separado uno o ambos brazos al torturado te tienes que
ir con tiento para que no se rompa la carne y se derrame sangre o que se te
muera el fulano. El uso del potro es
todo un arte, patrón.
--Y su servidor es muy diestro con los fierros
–explico el Faisán.
--¿Fierros?
--Si, patrón, ponemos los fierros al rojo vivo. Se los mostramos a los presos antes de
aplicarlos. Muchos luego luego sueltan
la sopa al verlos. Otros son rete tercos y solo se quiebran cuando huelen su
carne chamuscada. Y claro, si se trata
de interrogar mujeres, usamos la pera, patrón.
Ese es un instrumento muy ingenioso.
Se introduce en las partes nobles de la mujer y tiene un tornillo que
causa que se anche.
--¿Esa pera, la habéis usado? –pregunto el dominico
con algo de lascivia en su sonrisa.
--Unas cuantas veces, patrón, aunque esa no la
caliento al rojo vivo. No somos
salvajes, su señoría.
--No, por supuesto –admitió el dominico--. Bien lo dijo el gran inquisidor Bernardo Gui,
que, a mucho orgullo, era dominico, que “si hacemos lo que hacemos no es para
salvar el alma de los herejes sino para asustarlos para que confiesen.”
--Creo que el patrón Montoya solía citar a ese fulano,
Gui –dijo el Osito.
--¿Montoya? ¿El
inquisidor mayor? ¿Sabéis de su
paradero?
--Solo lo que todo mundo sabe, patrón, que los indios
levantiscos esos que asaltaron el Santo Oficio se lo llevaron y que tal vez ya
se lo comieron –afirmo el Faisán.
--Pobrecito patrón, era rete buena gente con nosotros
–dijo el Osito tratando de evitar una lagrima--. Dios lo tenga ya en su seno.
El dominico de todas maneras albergaba dudas.
--Pero, ¿vos no estabais en el palacio del Santo
Oficio cuando cayó este?
--No patrón, andábamos en misión secreta –explico el
Faisán.
--Ya habíamos infiltrado a la Hermandad Blanca, los
brujos desgraciados que encabezaron la rebelión, e íbamos a darle parte del
plan de estos a Montoya pero desgraciadamente llegamos tarde.
--¿Y me imagino que esta misión secreta os la encargo
el mismo Montoya, el cual fue capturado por los rebeldes?
--Pos si, patrón.
--Y convenientemente, solo Montoya sabia de vuestra
misión secreta.
El indígena que la hacía de secretario le murmuro algo
a Camacho.
--Bien, caballeros, Tovar aquí afirma que conoce
vuestra reputación. Y ciertamente necesitamos gente para torturar e interrogar
a los prisioneros. Me imagino que venís
a que os de empleo.
--Si, patrón, y ya tenemos antigüedad.
--Somos torturadores certificados, nivel 13 en el
escalafón. De ahí que el Santo Oficio
nos pagaba tres reales diarios –afirmo el Faisán.
--¿Tres reales?
¡Josu! Válgame Dios, pero, bien,
si sois PGR y experimentados acepto. Id
a la oficina de personal, esta al fondo del corredor y entregadles este
papel. Preguntad por don Lupito, ese es
el encargado ahí. Se os dará de alta
como empleados del arzobispado. Las
prestaciones son las acostumbradas.
Recibiréis tres reales por día pagaderos quincenalmente con el descuento
correspondiente a la Real Hacienda.
También recibiréis, libre de gravamen, la ración diaria de pulque y de
maíz acostumbrada para los empleados del arzobispado. Seréis evaluados anualmente, según los
estatutos. Y si os enfermáis, tendréis
acceso al curandero del arzobispado pero no podéis faltar a menos que este os
certifique mediante oficio como no aptos para laborar. No tendréis que laborar en los días santos a
menos que se os requiera por necesidades de la santa madre iglesia. Si os morís en servicio, la santa madre
iglesia donara un petate. Cualquier otro
permiso tiene que ser aprobado por mí y jamás los otorgo pues no quiero mantener
poltrones.
Tanto el Osito y el Faisán se retiraron haciendo
caravanas ante su nuevo patrón y loándolo.
--Tovar –dijo Camacho a su secretario.
--Mande usted patrón.
--Vigílame de cerca a estos dos cabrones. No me creo el cuento ese de que andaban en
“misión secreta” que les encargo Montoya cuando los indios malditos esos asaltaron
el palacio del Santo Oficio.
Tovar, el cual tenía la piel cobriza y los bigotes de
agua miel de los naturales de la Nueva España, sumisamente accedió.
Mientras tanto, el Osito y el Faisán se congratulaban
de volver a tener “hueso”.
--Es usted un cabrón, compadre –dijo el Osito--. El
Santo Oficio solo pagaba dos reales.
--Es que luego luego le agarre la medida al gachupin
ese –se rio el Faisán--. Se bajan del
pinche barco y ya se creen don Juan de Austria y esperan que todos los indios
le hagamos homenajes, cual si fueran verdad teules.
--Y el puto de Tovar no dijo nada.
--Ese cabrón nos conoce, Osito, y sabe que sabemos de
qué pie cojea –dijo el Faisán.
--Ya ni la chingan ustedes –dijo Tovar
presentándose--. Le vieron la cara de
pendejo al patrón.
--¿Y a poco vas a soltar la sopa, Tovar?
--Ni madres, Osito. Esto se hace por solidaridad entre
nosotros los indios.
--Y además no quieres que te balconeemos ¿verdad?
–continuo el Osito.
--Me vale.
Camacho me usa de mujer ¿y qué?
Si me acusan se van a poner con el toro a las patadas.
--¡Ah cabrón! –contesto el Osito.
--Sepan, cabrones, que yo soy quien mangonea aquí
–dijo Tovar--. El gachupin Camacho solo
está de adorno. Además me encargo que
los vigile de cerca. Y tiene razón. Ni
él ni yo les creemos su cuento chino de que andaban en misión secreta. Los conozco bien a ustedes dos, cabrones.
Seguro se pelaron al iniciar la bronca o tenían menesteres con los
rebeldes. Así pues, ándense derechitos
conmigo. Y es hora de que se solidaricen
conmigo, ansina como yo lo hice con ustedes.
-¿Qué quieres Tovar? –pregunto el Faisán.
--Que se mochen conmigo un real diario, neto, sin
descontar el gravamen del rey, entre ambos dos.
De todas maneras ganaran medio real más.
Es hora que me haga justicia la Conquista.
El Osito empezó a hacer cuentas, sin mucho éxito, con
los dedos de su mano. El rey obtenía el
diez por ciento de su sueldo bruto a manera de gravamen.
--Ay pinche Tovar, nos saliste más cabrón que puto
–respondió el Osito exasperado ante no poder hacer las cuentas--. Seguro que estas sangrando igual al resto de
los empleados.
--Por supuesto –se rio Tovar--. Y escuchad bien, pinche Osito pendejo, más
vale que me tengáis respeto y me dejéis de llamar puto. Para ustedes soy su excelencia don Diosdado
Tovar, secretario particular del Excelentísimo don Isidoro Camacho, S.D., el
cual es el encargado de los asuntos internos del arzobispado, ¿entendido?
--Esta bueno, patrón, don Diosdado –contesto
humildemente el Faisán.
--No pos si, patrón –dijo igual el Osito al ver a su
compadre arrugarse--. Y le daremos su
real diario por supuesto.
--Y sin descontar lo del rey, repito. Este acuerdo es conmigo. Si queréis hacer uno igual con el rey, idos a
Madrid.
Ya solos y esperando (había una larga cola como en
toda oficina de gobierno) a que los atendiera don Lupito el Faisán le murmuro
al Osito.
--¿Ya vez, cabrón?
Te dije que le deberías de haber dado las nalgas a Montoya. Es la única manera de “subir” en el gobierno.
--Pos no parecía que Montoya tenía pinta de joto. Ya vez que estaba todo enamorado de Sor
Juana.
--Es que ni siquiera se las ofreciste, Osito. Ya ves que Montoya era medio briago. Ya borrachos me cae que Montoya si te
agarraba las nalgas.
--No chingue compadre.
Pero, ¿y qué hacemos con este cabrón de Tovar?
--Yo creo que le tendremos que dar chicharrón si
queremos hacer tranzas aquí. El huevon
nos dejara hacer y deshacer, sí, pero va a querer moche para todo. Ansina no se puede trabajar. No hay derecho.
--Pos yo estoy puesto a hacer el trabajito y rebanarle
el pescuezo –respondio el Osito--. Pero
solo si entonces usted compadre le da las nalgas a Camacho a cambio del hueso
de Tovar. Ah, y por supuesto me subes el
sueldo.
El Faisán murmuro una maldición.
--Es usted muy avaricioso a veces compadre –prosiguió
el Faisán--. Además, ya es hora de que
deje de creer que soy ansina de pendejo.
--No la chingue compadre. Oste sabe que yo lo respeto.
--¿Crees que no os he vigilado? Vuecencia tiene cola que le pisen.
--Ay, compadre, todos tenemos cola.
--Pero la tuya es larga y pelona, compadre. Y le gusta navegar con estandarte de
bergantín de gallegos, no lo neguéis.
Nomás por que el compadrazgo es sagrado prefiero no indagar más.
--El que sigue –dijo el tal don Lupito conminándolos a
acercarse al escritorio donde despachaba--.
Ea, que no tengo tiempo que perder.
Y más vale que tengáis todo el papeleo en orden, incluyendo la forma 37
bis, el oficio de causa con los sellos correspondientes, junto con el papelito
amarillo y las indulgencias plenarias y certificado de haber hecho la novena a
San Judas Tadeo y de haber ido de rodillas a la villa. Ah, y se mochan al final, que todo servicio
causa honorarios, ¿entienden?
--Compadre –murmuro el Faisán--, si quieres abrirle el
buche a alguien ya te tengo candidato.
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