Friday, July 15, 2016

XIII. Una Ofrenda de Vino

Puebla - 1683

--¡Ay mísero de mí!  ¡Ay infeliz soy! –lloraba Sancho en el calabozo del obispo-- Vamos, obispo venal, ya que no sois conmigo cabal, aclarad pues no comprendo que delito cometí por estar mi misión cumpliendo.

--¿Es vuestro nombre Sancho o es Segismundo? –pregunto Josef Rubio entrando seguido de Citlaltzin-- Pues por vuestras quejas con tal os confundo.

--Padre, mi nombre es Sancho, tal sostengo.

--Bien, en tal caso a confesaros vengo.

--Padre, confesión no requiero.

--Prepararos para el trance prefiero.

--Ah, ya intuyo, mi muerte es vaticinada y para apaciguar conciencias mi confesión es solicitada.

--Tal es, me temo lo que acontecerá.  Confesaos, hijo mío, que os ayudara.

--Confieso, padre que hasta la muerte sere fiel.  Y por ello no he bebido vinos sino tan solo hiel.  Confieso, padre, que a locos he seguido y ellos de su locura me han compartido.  Confieso, padre que he sido ambicioso, y que de ínsulas y sus riquezas soy codicioso.  Confieso padre que soy soberbio y más rápido he caído que el hablador del proverbio.  ¿Tiene nuestro padre Adán más culpa y si es así, tengo yo disculpa?

--La sangre de Cristo os redimirá –sentencio Rubio.

--Vale.  Si es vino mi sed apaciguara –contesto Sancho.

--Hijo mío, estáis rayando en blasfemia –advirtió Rubio.

--Padre, no es a vos a quien la parca apremia.

--La Mictlacihuatl no lo desea –advirtió Citlaltzin después de examinar unos huesos que tiro al pie de Sancho.

--Es europeo –respondió Rubio--.  Ciertamente por su alma Satanás pelea.

--¿Señora, por qué me sahumáis?  --protesto Sancho--.  ¿Y a qué demonios invocáis?  ¿Esta indígena a sus dioses mi corazón ofrecerá?  ¿No hay cristiano garrote que me ajusticiara?

--No, tampoco en la orilla Caronte lo espera –anuncio Citlaltzin.

--Oíd a esta mujer bendita, padre, suena sincera. 

--Por oírla es que estoy en este embrollo –confeso Rubio.

--Josef, ajusticiarlo en nuestros planes pondría escollo –advirtió Citlaltzin.

--Diantres, mujer que me confundís.  Si lo dejo ir y Santa Cruz se entera me hundís.  Bien, Sancho, detallad vuestra misión.

--Es sencillo, llevar un libro a la reina es mi comisión.

--¿Este es el cuaderno?  --interrogo Citlaltzin sosteniendo la copia abreviada de El Caracol--.  ¿El que demuestra en el cielo un modelo alterno?  ¿El que viene de una jerónima mano?  ¿La verdad que teme el pontífice romano?

--Si, ese es en efecto.

--Josef, dejadlo continuar su trayecto.

--¿Y si no hago tal a los dioses causo ofensa?

--Dejadlo ir y en mi encontrareis recompensa –sonrió Citlaltzin sugestivamente.

--Sea, Sancho o Segismundo.  Esperad el anochecer –advirtió Rubio--.  Encontrareis que la puerta de este calabozo profundo la podréis abrir y desaparecer. 

--Tened el cuaderno que la reina os espera.  Y tomad esta plata que el hambre atempera.

--Señora, a vuestros dioses agradezco.  Más sacrificio, por ser cristiano, me temo no ofrezco –confeso Sancho.


--Tan solo derramad algo de vino en el Guadalquivir –sugirió Citlaltzin sonriendo--, si es que hasta España lográis vivir.

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